Se abre paso la idea de una segunda transición que termine con el poder omnímodo de los partidos políticos. Un segundo proceso que termine con el divorcio entre políticos y ciudadanos y que devuelva al mundo económico la seguridad jurídica de que ahora carece.

La limitación de mandatos en el Gobierno, las listas abiertas y la reducción de instituciones y cargos públicos constituyen las tres claves de esa re-democratización del sistema.

El presidente de un banco español me lo explica así: "¿Sabes cuál es la prima de riesgo española? La partitocracia. En España hay mucha corrupción porque los políticos no gobiernan de cara al pueblo sino de cara a su jefe de filas, del que depende todo. Por eso se cambian las reglas del juego en mitad del partido. Hoy en España, mandan tres: Zapatero, Rubalcaba y Pepiño. Si eres amigo suyo todo está claro".

Un ejemplo sobre éste último: "Pepiño ha modificado el sistema de concurso de Magdalena Álvarez y ahora reina el amiguismo. Pero no se trata del PSOE, sino también del PP: no es de extrañar que los dos últimos secretarios generales del PP y del PSOE -Cascos y Blanco- terminaran como ministros de Fomento. En definitiva, el mismo que cuidaba de la financiación del partido es ahora quien coordina los concursos públicos y las concesiones". No es que el ciudadano sospeche de corrupción: es que hay corrupción e institucionalizada.

Y la corrupción es rampante: "Conozco el caso de un político al que un listo le montaba en su barco para darle un garbeo por el Mediterráneo y él mismo se volvía en avión a Madrid porque se mareaba. Aquí los políticos no se venden, se alquilan", porque su único objetivo es mantenerse en el poder y, para ello, no responden ante sus votantes sino ante los aparatos de sus partidos".

La verdad es que la sensación de que la democracia española está viciada y de que se ha convertido en partitocracia resulta bastante generalizada. España tiene mala imagen porque tiene imagen de corrupta y de cainismo permanente, lo que se concreta en que falta seguridad jurídica y en que cada gobierno, central, autonómico o local, cambia las reglas del juego del anterior.

Junto a ello, la ausencia de limitación de mandatos y la proliferación de instituciones y de cargos públicos. El pacto autonómico que pregona Zapatero no consiste en intercambiar cromos de poder sino en reducir el número de cromos. Pero nadie quiere ponerle el cascabel al gato.

Eulogio López

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