Dicen que todo presidente afronta una guerra y los hechos parecen indicar que la guerra de Barack Obama tendrá por escenario Iberoamérica.

Obama ha abandonado a su suerte a Israel o, al menos, ya no le considera su prioridad irrenunciable. Es cierto que si los fanáticos de Irán continúan provocando, y lo harán, los judíos se verán entre la espada y la pared. Emplear armas atómicas o ser destruidos. Y todo indica que utilizarán la primera, antes que contemplar la destrucción del Tercer Templo, por lo que el mundo se vería abocado a una guerra mundial.

Pero hablamos de guerras localizadas. No cabe duda que el reciente triunfo electoral del majadero Evo Morales, jaleado por los actores españoles de la ceja, las amenazas de Hugo Chávez para derribar las acciones espías que según él le envía Colombia, la chifladura de un Fidel Castro dispuesto a que el mundo se ahogue con él. La malicia del ecuatoriano Correa, la omnipotencia del mexicano Felipe Calderón, el matrimonio cleptómano Kirchner, que ha convertido a la Argentina en una jungla, la mentecatez del sandinismo, la plutocracia progre que amanece en Chile para sustituir a la progre Bachelet, la ambigüedad corrupta de Lula en Brasil, el sinvergüenza de Fernando Lugo, un terrorista chiflado al frente de Uruguay, la obsesión por mantenerse en el poder de Álvaro Uribe, más la visión del propio Obama, que, como representante del Nuevo Orden Mundial (NOM), está convencido de que lo único que se puede hacer con los hispanos -gente inferior, consiste en que dejen de procrear-, debemos concluir que, en efecto, la guerra puede estallar donde menos lo esperamos: en el subcontinente hispano.

Eulogio López

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