Lo he leído en el gratuito Qué!, del grupo Recoletos, presidido por D. Jaime Castellanos. Con motivo del vigésimo aniversario de la tenebrosa ley del aborto, el diario Qué! (sí, ya se que está mal escrito, pero no soy culpable) publicó una notilla donde se recordaba que en España se practica un aborto cada 6,6 minutos. Ojo a las expresiones políticamente correctas de esta pieza periodística. Ahí va la primera: Uno de cada seis embarazados en España es interrumpido voluntariamente. Interrumpido, como los apagones en verano, aunque eso sí, voluntariamente. Un marciano que llegara a nuestro planeta consideraría que el aborto era una mala enfermedad que alguien, el interrumpidor, había logrado conjurar antes de que ocasionara mayores daños.

Más y eso que la noticia es una columnita de 17 líneas, ilustrada, además, con una fotografía de un embarazo no interrumpido-: Sólo en los últimos cinco años la cantidad de mujeres que suspende el embarazo se ha duplicado. ¿Lo siguen? Suspensión del embarazo. Nuestro marciano se llamaría de nuevo a confusión: nadie le ha explicado que lo que acaban de hacer esas mujeres es trocear a su propio hijo.

Pero el mejor eufemismo se reserva para el pie de foto. Atención: Los abortos voluntarios impiden el nacimiento de 80.000 niños al año. Esto es lo que se llama objetividad y rigor profesional. En efecto, el aborto impide que un niño nazca, que es la manera. retorcida como una viruta, de evitar la palabra que no querían pronunciar: homicidio, asesinato. Es más, ni tan siquiera hablan de muerte.

Para nuestros amigos hispanos les recuerdo que el tópico dice que Recoletos es un grupo controlado por el Opus Dei, que desde allí esparcirá una nefasta influencia sobre la población indefensa. Pues menos mal.

El imperio de la muerte siempre ha sido una gran patraña y una gran infamia. Y además, poco original. En España el vandalismo nació hace 20 años, y naturalmente cuando se abrió la veda se generalizó la matanza hasta alcanzar la cifra de 80.000 asesinatos por año. En la Argentina, un país mucho más limpio, mucho más joven, el presidente Kirchner trata de hacer en su país lo que Felipe González hizo en España. Y para ello se vale de las mismas mentiras. La técnica siempre es la misma: se miente sobre las cifras y se trata de crear un precedente jurídico que legalice el aborto por la vía judicial. De esta forma, los políticos no tienen que retratarse ante los electores. Además, se puede intentar una y otra vez.

La historia es muy sencilla: un grupo abortistas, esos a los que su mare no abortó, convencen a una pobre mujer para que aborte. Le llevan al Hospital Austral con un permiso del Tribunal Supremo argentino para abortar. Pero entonces surge el director del centro y le asegura a la madre la alternativa que casi nunca se ofrece a una mujer tentada de abortar: se compromete a atenderla médicamente y le pide que, si no desea al niño, le buscará quien lo adopte (ver noticia del diario La Nación).

Naturalmente, más mentiras, los médicos descubren que no había peligro insoslayable para la vida de la madre. Es más, dicen que pueden salvar a ambos: a madre e hijo. El asunto termina en que los abortistas se llevan a la mujer. Porque claro, la patraña consiste en que no se trata de salvar a la madre, sino de matar al hijo y con ello dejar a la madre tarada por mucho tiempo, porque la muerte nunca es gratis: se venga en los vivos. Médicamente lo llamamos síndrome postaborto.

El Imperio de la muerte se alimenta, como su mismo nombre indica, de muertes provocadas, de homicidios. Si no se pervierten conciencias el aborto duraría menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Y tened cuidado, argentinos, porque si ahora cedéis terminareis redactando noticias como la de Qué!, donde se retuerce el idioma todo lo que sea necesario con tal de no pronunciar la palabra muerte.

Eulogio López