Sr. Director:
Ningún mandatario y líder político mundial ha condenado con tanta claridad y contundencia, como el papa Francisco, el naufragio de cerca de trescientos africanos de nacionalidad somalí y eritrea, que pretendían alcanzar la isla italiana de Lampedusa, situada a cien kilómetros de Túnez y a doscientos de Sicilia.

Ha manifestado con  mucha fuerza y dolor que era una vergüenza que ocurrieran este tipo de hechos, rememorando la obra de teatro de Lope de Vega, Fuenteovejuna, y en concreto al pasaje en el que se hace la pregunta de quién mató al comendador: ¡Fuenteovejuna señor! Es decir, todos y nadie. Es la misma sensación que comprobamos por parte de los responsables políticos europeos, de mirar hacia otro lado, ante el problema de la migración.

Nadie quiere hacerse responsable del estado de necesidad de cientos de miles de africanos que huyen del hambre, la guerra y la muerte, hacia una tierra prometida en la que al menos puedan subsistir. La falta de solidaridad de los países de occidente para con los más necesitados les lleva incluso a implantar una férrea legislación que roza con la xenofobia hasta el punto que se llega a blindar las fronteras, e incluso se penaliza la asistencia a los ilegales necesitados en altar mar, como es el caso.

Además, esta falta de sensibilidad social se agudiza en una situación de crisis económica en la que los propios ciudadanos europeos tienen que emigrar para encontrar trabajo en otras latitudes del planeta. De ahí que exista un inevitable temor a destruir definitivamente el ya maltrecho estado del bienestar, con la incorporación de personas improductivas, lo que lleva a relativizar y desatenderse de esta grave situación como si se actuara en legítima defensa.

Sin embargo, el Papa no vacila en calificar acertadamente esta situación como "la globalización de la indeferencia", y sin dar soluciones técnicas -que no le corresponde-, sí que hace un llamamiento a lo equivocado que es conducirse por estos derroteros. Si se quiere se pueden dar respuestas para que por muy sin papeles que sean quienes están naufragando en el mar, al menos tengan un trato acorde con los derechos humanos más elementales.

Luego, habrá que estudiar y arbitrar fórmulas positivas para que desde una inmigración ordenada se pueda dar acogida a personas que estén dispuestas a trabajar contribuyendo a la mejora de la sociedad. Pero el drama de Lampedusa es la punta del iceberg de un problema más profundo y complejo a nivel mundial.

Porque quizá el remedio no sea tanto incorporar a nuestra sociedad avanzada personas con una cultura, tradición y costumbres distintas, como crear las condiciones necesarias para que en sus respectivos países puedan desarrollarse. Así como los chinos, los indios o los asiáticos hace cuarenta años se encontraban en una situación de extrema pobreza, mucho peor que los africanos, ahora la tendencia se ha invertido, debido a que estos países se han embarcado en un proceso de liberalización económica integrándose en los mercados mundiales, mientras el continente negro se ha estancado en un círculo vicioso de intervencionismo estatal y de proteccionismo.

De los siete mil millones de personas que pueblan la tierra, todavía existen mil doscientos millones que consiguen vivir con ochenta y siete céntimos de euro al día, lo que muestra a las claras que todavía hay mucho margen para intentar mejorar esas condiciones infrahumanas.

El éxito para que un país pueda salir de la pobreza pasa por la riqueza de sus instituciones, y ahí es donde debería centrase la ayuda a África, no tanto en ayudas y subvenciones al desarrollo sostenible, que no se sabe muy bien en qué consiste, y que sólo sirven para que se perpetúen en el poder los tiranos de turno.

Mientras no exista un claro respeto a los derechos de propiedad y los contratos, sin interferencias gubernamentales, en un entorno legal previsible, en donde impere la seguridad jurídica y el estado de derecho, los países africanos seguirán en la más profunda miseria. Labor de toda la comunidad internacional es decidirse a liderar de forma desinteresa y comprometida este apasionante reto solidario.

Javier Pereda