Desde que Pilar Manjón enunciara su famoso discurso ante la Comisión de Investigación Parlamentaria sobre el 11-M, me dio la sensación de que entraba en juego aquella frase del inolvidable Guareschi: En el país del melodrama nadie renuncia a la puesta en escena.

Dramático su testimonio ante los diputados. Quien ha perdido a un hijo de 20 años tiene derecho, cuando menos, a ser escuchado. Pero ya en aquella primera y aplaudida intervención me dio la sensación de que había algo que no encajaba: esta mujer no dejaba de vapulear a la clase política, e incluso, en una de sus frases más repetidas, llegó a echarles en cara sus risas en la Comisión: ¿De qué se reían, Señorías?. Pues, se reían, naturalmente, de las puyas que se lanzaban unos a otros. Es cierto que había 192 asesinados, pero es que lo divertido no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido. En una Comisión que duró meses no parece muy conveniente, por dramático que resulte el asunto, mantener cara de entierro y dolencia permanente. Todos los días, a nuestro lado, son asesinadas personas (por ejemplo, varios cientos en las clínicas de aborto) y nadie nos exige que nos demos golpes de pecho. La risa continúa estando permitida. En definitiva, sentía que la peor de las popularidades, la conseguida a través del dolor, podía aniquilar la personalidad de Manjón. Así, semanas después, convertida ya en estrella mediática, la oía exclamar, en primera persona del plural, como corresponde a un intérprete de la voluntad colectiva, que a las víctimas les molestaban las luces navideñas.

En efecto, la alegría de la iluminación pascual era interpretada como un insulto, como una violación del sagrado recinto del dolor de las víctimas. Se olvidaba así, que la grandeza del dolor está en convertirla en escuela de vida, no en una carga para los sentimientos de quienes nos rodean. Además, el verdadero dolor es discreto, no soporta el exhibicionismo. El dolor, no así el resentimiento, no se molesta con la alegría ajena.

Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Manjón acusa de politización a la Asociación de Víctimas del Terrorismo (por supuesto, que está politizada, como lo está la Asociación de Víctimas del 11-M) y su peripecia personal, la popularidad sobrevenida, su conversión en un ídolo (insisto, un ídolo es algo muy parecido a un esclavo) por parte de los medios informativos, ha acabado por roer toda la personalidad de esta mujer. El dolor, sobre todo, no es resentimiento, y aunque Manjón eludía cualquier presunta politización, lo cierto es que acabó por hacer el juego a uno de los bandos, la izquierda en general y el PSOE en particular, y acabó cebándose con Aznar y tildándole de asesino. En resumen, Pilar Manjón es prisionera, otra más, del Síndrome de Estocolmo, que afecta a buena parte de los españoles y a la mayoría de los vascos...

Mire usted, doña Pilar, a su hijo no le mató José María Aznar. Aznar pudo equivocarse con la guerra de Iraq, Aznar pudo ser belicista y desoír al pueblo, Aznar pudo ser un botarate y un inútil... pero no mató a su hijo.

Para mí, el inventor del centro reformismo, José María Aznar, al igual que su discípulo, Mariano Rajoy, son dos personajes ideológicamente acomplejados, incapaces de formular el concepto de coherencia, prisioneros de los calificativos que puedan lanzarles desde fuera y siempre pendientes de las consecuencias de sus hechos y no de las causas que los propician. Rajoy volvió a mostrar su espíritu centro reformista el martes 25, cuando afirmó, ante sus controladores ideológicos, Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez, lo siguiente: Que el Gobierno lleve a cabo una cruzada contra los católicos constituye un error, ya que sólo puede servir para exacerbar las radicales posiciones de algunos. ¿Comprenden? No hay que excitar al fundamentalismo católico, la bestia que, al parecer, todos, menos los tolerantes como Rajoy, llevamos dentro. Es decir, cuando el Cristianismo bosteza en todo Occidente, el centro reformista Mariano pide al Gobierno que cese en sus ataques al Catolicismo, no porque sean ataques contra la libertad, injustos y demagógicos, sino para salvaguardar la estabilidad política y la paz social. El fin no es Cristo, sino la estabilidad política. No esperen más del centro reformismo.

Pero eso no significa que se busquen virtudes en el secuestrador y se carguen las tintas sobre el próximo. A su hijo, doña Pilar, le mataron fanáticos islamistas, a los que Aznar, con poco acierto, lo sé, trataba de hacer frente. Curioso, que toda la progresía esté ahora buscando virtudes en el mundo islámico... y en ocasiones hasta encontrándolas, especialmente si la comparación puede servir para denigrar al Cristianismo.

Esto es la generación Manjón: puro Síndrome de Estocolmo y pura confusión de conceptos y, sobre todo, de filias y fobias. Lo mismo que ocurrió en Euskadi con ETA, a cuyos crímenes algunos nacionalistas y algunos no nacionalistas tratan de encontrar motivaciones nobles: para Manjón, a su hijo no le mató El Tunecino ni El Egipcio, le asesinó Aznar. Para la generación Manjón, no es Ben Laden el culpable de la III Guerra Mundial, sino la derecha que responde a los asesinatos de las Torres Gemelas o de los atentados en Madrid. Subversión de conceptos, de sentimientos y de hechos. El Síndrome de Estocolmo es una patología resistente a todo tipo de antibiótico.

La segunda consecuencia de esta generación es la falta de ecuanimidad. Por ejemplo, el zarandeo al ministro de Defensa, José Bono, en la manifestación del pasado fin de semana, se ha convertido en el eje de la actualidad patria: violencia, agresión, ultra, golpistas, extremistas. Demasiado para un meneo, ¿no?

Insisto, nada de lo que ocurre hoy en España es ajeno al 11-M y a su colofón, el 14-M. Lo dijimos el 15 de marzo y lo repetimos: Zapatero se va a pasar toda una legislatura negando la verdad evidente de que es presidente del Gobierno gracias a 192 asesinados. No es el culpable de ello, naturalmente, pero sí quien ha sacado provecho. Zapatero gana, los únicos perdedores somos todos los demás.

Y el diagnóstico es muy sencillo. Desde la muerte de Franco hasta ahora, el País Vasco era quien sufría Síndrome de Estocolmo. Muchos vascos, temerosos del ambiente opresivo que reinaba en sus calles, intentaban a toda costa encontrar algo bueno en sus secuestradores, alguna razón que les permitiera entender, cuando no comprender, cuando no justificar, las aberraciones de etarras y proetarras. Los violentos tenían algún motivo para comportarse como se comportaban y los españoles no eran ajenos a este comportamiento : España provocaba y estos pobres chicos, los asesinos, se veían obligados a responder.

Pero el virus del Síndrome de Estocolmo siempre estuvo reducido a esa tierra desgraciadamente violenta que es Euskadi... hasta el 11-M. Con la masacre colectiva, ha nacido el Síndrome de Estocolmo en toda España. Es la generación Manjón, para quien la política del Partido Popular fue la que asesinó a sus familiares. El Tunecino y El Egipcio son, como en Vascongadas los etarras, pobriños, impelidos por la miseria y la intolerancia de la derecha, a poner bombas en los trenes de cercanías de Madrid. No es broma, el pasado lunes 24 pudo leerse en el diario El Mundo a una de las más gloriosas cantamañanas de la progresía española, pura Generación Manjón, cantar las excelencias del Corán respecto a la mujer y al sexo, acompañados, naturalmente, por la comparación con el Dios de los cristianos, que nos quiere contentos pero jodidos (sic). Nuestra articulista, por supuesto, opta por el ideal islámico, que, si no lo he entendido mal, quiere a las mujeres igualmente jodidas, pero sublimemente amargadas. De todas formas, nuestra intelectual progre no tiene por qué preocuparse: si España se islamiza, tendrá oportunidad de comprobar qué piensa el Corán de la mujer. Claro que, para entonces, probablemente no pueda establecer comparaciones. De hecho, no podrá ni hablar.

Generación Manjón: el autor del 11-M fue Aznar. Por el contrario, con el Islam, alianza y comprensión. Pues qué bien.

Eulogio López