Sr. Director:

Bueno, señores, ha llegado el momento en que, los que ya hemos llegado a una edad en la que la balanza de la vida se va inclinando hacia abajo, como si buscase la tierra de la que nacimos y a la que hemos de retornar – en este último recorrido de nuestra existencia en el que, por una rara paradoja, los días parecen más cortos, los meses semanas y los años meses, como si lo que nos queda de vida tuviera premura en llegar a este final en el que la incógnita de toda la existencia se nos va a desvelar en un simple segundo – empecemos a temblar.  Si, sin duda empiezan a pintar bastos para esta edad de la jubilación en la que cada vez nos vamos agrupando más personas, gracias a que la medicina, la evolución y las ansias de vivir van prolongando la llegada de esta vieja encapuchada de la guadaña que, fuere porque ya esté agotada de segar vidas humanas o por el aburrimiento de ejercer su profesión desde tiempos inmemoriales, se toma su labor con más desidia y menos fruición.

Sin embargo, parece que la vieja Parca ha encontrado unos inesperados colaboradores en este valle de lágrimas en el que nos ha tocado vivir. Parece ser que al Estado Gran Hermano no le salen las cuentas; que este lujo de permitir que los pensionistas continuemos cobrando nuestros réditos ganados con tantos años de trabajos para la sociedad; se está haciendo demasiado oneroso para las Arcas de la Seguridad Social y se ha de buscar un sistema que permita liberar a la Nación de esta molesta y pesada carga. ¡Qué mejor ocasión para poner en práctica el neonacismo que cuando el país está dominado por los progresistas! Si la moral ha sido borrada en pro de la libertad; si la ética ha sido desterrada por molesta y obsoleta; si la religión ha sido sustituida por el agnosticismo o el ateísmo, ¿qué obstáculo queda para librarse de los molestos vejestorios, que nada más hacen que constituir un gasto innecesario en alimentación, medicinas, vivienda y plazas hospitalarias? Al fin y al cabo con poco más de un metro ochenta y cincuenta centímetros de espacio se pueden almacenar en los cementerios o, todavía mejor, se pueden incinerar y envasar en botes de conserva. Total, para lo que sirven.

Así pues, señores, los pioneros en nuestro país de esta nueva teoría, a la que eufemísticamente se ha dado en llamar "eutanasia", han empezado a poner la simiente que, con toda seguridad, piensan cultivar con mimo para que vaya germinando entre las nuevas generaciones de clones socialistas, que irán surgiendo de las escuelas crisoles en las que los alumnos serán formados en los principios socialistas-laicos surgidos de la Educación para la Ciudadanía, impregnados de amor a la revolución proletaria y de resentimiento hacia sus ancestros, culpables de su existencia. El tándem Soria– Fernández Bermejo o Fernández Bermejo–­Soria, que tanto monta, monta tanto, han iniciado su nueva singladura con el encargo de llevar a cabo su misión de exterminio – la raya final, según ellos – de todo aquel que se atreva a ponerse enfermo cumplida la edad fatal en la que decida poner punto final a la existencia de las personas.

Claro que se empieza por decir que: "se quieren evitar sufrimientos", que, ¿por qué no permitir acabar con la existencia de aquellos que no pueden valerse?, ¡total si al fin y al cabo les hacemos un favor!, ¿si lo piden por qué no complacerlos, pobrecitos?, ¡si no tienen donde caerse muertos! Pero luego surgen las complicaciones. Si el enfermo no tiene lucidez para decidir por sí mismo lo que quiere hacer; si no es capaz de manifestar sus deseos; si está en coma pero mantiene sus constantes vitales y tiene posibilidades de revivir –como recientemente sucedió con una persona que llevaba años vegetando y despertó –. ¿Quién será entonces el que decidirá lo que hay que hacer con el enfermo?, ¿Los médicos? ¡Vade retro! Se equivocan más que respiran y, aún en el caso de que sepan lo que se hacen, ¿quién nos garantiza que no piensen como Soria y decidan que es mejor sacarse el muerto de encima (nunca mejor dicho)? y ¿si a quien le toca decidir es un familiar? Los habrá que estarán deseando librarse de aquella carga o puede que estén esperando cobrar una herencia u ocupar el piso del presunto difunto. ¿Qué garantías de que defiendan su derecho a la vida tiene un sujeto que debe depender de un tercero para continuar viviendo? Pero, pelillos a la mar; debemos estar tranquilos porque el señor ministro de Justicia ha dicho que ve "madura" a la sociedad española para la "eutanasia". Vamos a ver señor ministro, ¿qué quiere usted insinuar con esto de que la ve madura? Acaso se refiere a este sujeto que en el metro de Barcelona se cebó en una pobre joven sin que le haya pasado nada. Fíjese, que hasta el Consejo General del Poder Judicial ha avalado al juez que lo dejó libre. Ya, ya veo, quiere decir que así como están las leyes en España la que está madura es la Justicia para permitir estos asesinatos encubiertos a los que usted califica de "eutanasia". O, todavía mejor, veamos ¿cómo dijo usted del caso Ibarretche? ¡Ah! Ya recuerdo, algo así como: "Si una persona encuentra a alguien muy borracho y éste le pide que le lleve en coche es diferente llevarle a un hospital para que se recupere o a su coche para que lo coja y eche a andar". Está clarísima la paradoja, lo que quiere darnos a entender el señor Fernández Bermejo es que en lugar de llevar al viejo enfermo al hospital para que lo curen es mejor meterlo en un coche para que se estrelle y la diñe, ¡elemental querido Watson! Pero, ya puestos, a mi se me ocurre pensar lo borracho que debía estar el señor Rodríguez Zapatero el día en que se le ocurrió nombrar ministros a este par de sujetos desquiciados.

Miguel Massanet Bosch

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