Con su siempre original retórica, el Presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha enfrentado al mal francés (vulgo sífilis), y lo ha dicho con mucha claridad: Europa no es el problema, es la solución. ¿De qué diccionario de citas habrá extraído tan jugosa máxima? A mí no me suena de nada.

La verdad es que la Unión Europea no es un problema ni una solución: es un proyecto de unidad entre países que llevan unos cuantos siglos dirimiendo sus diferencias a garrotazos. Es, con todo, un buen proyecto. Sólo los nacionalistas se oponen a él y todos sabemos por qué.

No, el problema es que en el nacimiento de una nación, sólo se exige una identidad común y un deseo de convivencia común. La identidad de Europa es la de Occidente: la constitución de Giscard orillan el cristianismo, no sólo porque no lo cite, sino porque es totalmente ajeno, hasta el punto de que presta más atención a los derechos empresariales que a los derechos humanos. El derecho a la vida se cita poco y de forma equívoca, pero el derecho al comercio ese está plenamente asegurado. La Constitución de Giscard es un compendio de anticristianismo y capitalismo, es decir, una misma cosa. Por eso la llamo constitución masónica.

Respecto al segundo elemento para constituir una nueva nación: la voluntad de convivencia en común. No parece que esté nada claro. Es muy triste, pero no estoy seguro que, a día de hoy, los franceses estén dispuestos a convivir con los españoles en régimen de igualdad, o que los alemanes quieran hacer lo propio con los italianos, por no decir con los lituanos, o los austriacos con los polacos. Todo lo que sea favorecer esa convivencia es bueno, pero no se puede forzar.

Vamos a ver: ¿aceptaríamos los españoles que nuestra actual democracia, en lugar de estar enraizada en la Constitución de 1978, aprobada por la mayoría del pueblo español, fuera obra de un decreto aprobado por el Parlamento sin aparecer por las urnas? Pues así se está haciendo, no una nueva democracia de 40 millones de personas, sino una nueva nación que se aproxima a los 500 millones. Sin embargo, así se está fraguando la Unión Europea, a la media de los burócratas, capaces de cargarse la democracia.

Y ojo, los eurócratas, un término inventado por Margaret Thatcher para referirse a las instituciones de Bruselas, no son sólo esos funcionaros de los organismo comunitarios: son todos los políticos nacionales, es la clase política de Europa en general, que ha visto en Bruselas y Estrasburgo un chollo sin precedentes para mantener su privanza y su pitanza, un filón de nuevos cargos públicos y de prebendas para la nueva carta.

No exagero, los eurócratas pueden acabar con la democracia. Por eso no quieren referenda: prefieren las mociones parlamentarias. El caso del Partido Popular en España es sintomátic apoyaron la Constitución de Giscard y ahora acusan a Zapatero de apoyar el fracaso del referéndum francés.

Hay que convencer de que tanto la izquierda como la derecha europea participan del mismo ideari seguir succionando impuestos de los ciudadanos, seguir disfrutando de fama y fortuna, aunque, eso sí, por etapas, con el consiguiente intervalo de poder. Ambos, la izquierda y la derecha, se están situando en Europa enfrente de los europeos. Estos empiezan a darse cuenta votan no a la Constitución de Giscard.

La única forma de regresar a la legitimidad democrática consiste en hacer otro texto constitucional y someterlo a la aprobación de un referéndum paneuropeo, donde voten los más de 450 millones de habitantes de la Unión, más que nada porque se trata de la futura Constitución. Una Constitución que, de paso, reconozca la identidad europea. En definitiva, una constitución que nos diga quiénes somos y quiénes queremos ser.

Eulogio López