El 76% del 42% no alcanza el 32%. Esos son los españoles que han dado su Sí al Tratado Constitucional. No parece que el asunto sea como para lanzar cohetes. A fin de cuentas, estamos hablando de una Constitución, es decir, de la pieza clave de todo el ordenamiento jurídico y del elenco de derechos y deberes de la persona. Una Constitución no puede conformarse con ganar por la mínima, con ser aprobada por menos de un tercio de la población, con una abstención que se aproxima al 60%.

Uno incluso diría que han triunfado los noes. Como ya hemos informado en Hispanidad, las encuestas del CIS llegaron a dar al No menos de un 5%. En su punto álgido, encuesta de noviembre de 2004, presentada en sociedad por el mismísimo presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, los noes alcanzaban, pelados, el 13%. Pues bien, han cerrado el 20-F con un 17,24%. Desde el 5% al 17,24% hay un crecimiento demasiado fuerte, crecimiento no experimentado por los síes. Y ojo, porque se trata del voto presuntamente mejor informado : Barcelona, Bilbao... y también Madrid, han superado esa media. Por cierto, patético el amigo Pepiño Blanco, el más embustero de todos los embusteros socialistas, hablando de la urbanización de lujo de la Moraleja y de los barrios ricos de Madrid, como feudo del No. En esos barrios no vive ni el 5% de los casi 6 millones de residentes con los que cuenta esta megaciudad-miniprovincia.  

Como se sabe, el Gobierno Zapatero se ha volcado con el Tratado Constitucional. El Partido Popular lo ha apoyado con la boca pequeña, y así le ha ido. Ambos han sido fieles a su historia: el Gobierno socialista a la manipulación de los medios públicos y parapúblicos (Polanco) y el Partido Popular a las incongruencias y complejos propios del centro reformismo, al "ni sí ni no, pero lo más seguro es que la culpa sea del Gobierno". Ambos partidos, PSOE y PP, han cumplido sus papeles a la perfección. El PSOE, incluso, ha utilizado en los medios públicos la imagen de la Familia Real (don Juan Carlos, doña Sofía, doña Elena, don Jaime, doña Cristina, don Iñaki, don Felipe y doña Letizia). El asunto tiene su interés por cuanto la Unión Europea supone el fin de la Monarquía, aunque el actual Tratado Constitucional podríamos decir que mantiene a las Casas reinantes europeas en una atmósfera de indefinición sobre su futuro.

Pero ninguno de los dos partidos ha entrado en el fondo de la cuestión. La cuestión es que la Constitución Europea no protege el derecho a la vida, abre las puertas al matrimonio gay, sus referencias a la solidaridad entre sus miembros son nulas, la libertad más perseguida es la libertad para crear empresas, mantiene la pena de muerte, defiende la guerra preventiva, ni menciona los mecanismos de solidaridad económica a través del Estado, esquiva las subvenciones públicas, especialmente a la agricultura, verdadero cáncer para el Tercer Mundo y, de paso, no se compromete a defender Ceuta y Melilla.

Es lo que ocurre cuando se manda a un grupo de notables para hacer una Constitución que afectará, como norma básica de convivencia, a cerca de 500 millones de seres humanos. Un grupo de notables que no representa a nadie. Lo lógico es que el Tratado Constitucional hubiera sido elaborado por el Parlamento Europeo, pero el déficit democrático existente en la Unión Europea es muy grande. Es más, Europa es hoy una aristocracia, la aristocracia de los Gobiernos nacionales, y no de todos, sino preferentemente la aristocracia franco-alemana de Chirac y Schröder. Demasiado poder para dos personas.

Lo malo es que esa aristocracia dispone de una sociedad mediática y de una oligarquía económica volcada en el mismo fin de conseguir un Gobierno supranacional, que no es otra cosa que el camino hacia un Gobierno mundial. Para esta aristocracia, Europa sólo es el primer paso.    

Pero habrá a quien la palabra oligarquía económica le resulte demasiado dura. Pues bien, como muestra un botón. Dentro de la obsesiva y manipulada campaña a favor del Sí, pasaron por España (país modelo de europeísmo, sí, pero recuerden: está bien fiarse pero es mejor no fiarse) personalidades en apoyo del voto favorable al Tratado Constitucional. Por ejemplo, entre esas personalidades figura Mister PESC, el español Javier Solana, juez y parte en este envite, dado que está prefijado que el socialista español (y fervoroso comecuras) se convierta en el primer ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Europea. Pues bien, el hombre de la diplomacia europea, el que habla de nuevas épocas de concordia, considerado la pieza clave en los procesos de paz de Israel y del Golfo Pérsico (no es así, lo sé, pero Solana aspira a que sea así), se dirigió a la concurrencia en un hotel madrileño de super lujo con el patrocinio de EADS, la multinacional de armamento.

El muy europeísta británico Peter Sutherland, ex director general de la Organización Mundial de Comercio, y ex comisario europeo, hoy casualmente presidente de la petrolera BP, nos amenazaba con el fracaso (Solana fue más fino : sólo amenazó con el colapso) si el referéndum español no era un éxito absoluto, pero también defendía, incluso con más pasión, la no homologación fiscal en el seno de Europa, algo que llegó a calificar como una tontería. Todo el mundo sabe, y Sutherland el primero, que sin homologación fiscal no puede haber un país, un Estado, pero eso es lo de menos. A la élite aristocrática europea no le gusta la homologación fiscal porque le encanta que los Estados compitan entre sí con desgravaciones y subvenciones fiscales por ganarse la inversión de las multinacionales en sus territorios, una verdadera subasta que, al final, se paga en bajos sueldos y empleos precarios, pero que repercute en jugosos beneficios para esas multinacionales. O, por decirlo de otra forma, ahora que los ingleses están dispuestos a terminar con el paraíso fiscal gibraltareño (¿a qué no?), a los socios de Europa les encanta contar con un paraíso fiscal en el corazón geográfico y político de la Unión, llamado Luxemburgo (y otro semiparaíso, llamado Holanda, pero no entremos en eso).

Con el "Sí" español en el referéndum del pasado domingo 20, la aristocracia europea (política, económica y mediática) se fortalece, la democracia no.

Eulogio López