Me encantan los catalanes. A uno de ellos, el presidente de Repsol, Antonio Brufau, le conozco desde hace muchos años, por lo que no me extraña que el mismo Brufau nacionalista catalán, cuyas ansias autonómicas casi se parecían más ERC que a CIU, nos explique ahora que los de Gazprom -el capitalismo de Estado ruso- no son bienvenidos en su compañía, porque Repsol debe seguir siendo una empresa española.

Cuando Gas Natural lanzó la OPA sobre Endesa, Brufau cometió dos errores forzado por la necesidad: una oferta rácana y la propuesta de trocear Endesa. Por eso falló, además de generar una ola de anticatalanismo.

Pero la idea era buena, y si la derecha española fuera inteligente -se trata, lo sé, de una hipótesis inconcebible- hubiese creado una empresa integral de gas con sede en Barcelona, lo cual habría encantado a los nacionalistas catalanes y debilitado al nacionalismo majadero de Carod y compañía. Es exactamente el mismo juego de comprometer a CIU, y a ser posible al PNV, en el Gobierno de España. Es decir, conseguir que ambos nacionalismo se sientan forzados a colgar la boina y ocuparse, por ejemplo, de los problemas de los extremeños.

Por de pronto, nos queda el buen hacer de Brufau: Repsol es una empresa española y debe seguir siendo española.

Eso sí, como sospechamos en Hispanidad, el comprador de un paquete -ya veremos si el de Repinvest y el de Sacyr, o sólo el primero- es un fondo árabe, no las tendría todas conmigo. No es un socio industrial, claro, y el Gobierno podrá seguir presumiendo de empresa española. Pero quiero recordar que Ángela Merkel ha dictaminado que los fondos soberanos deben pedir permiso para tomar más del 25% de empresas estratégicas alemanas. Está claro que Repsol es una empresa estratégica española.

En la petrolera aseguran que no es posible conseguir socios de referencia en España. ¿Quiénes deberían ser esos socios de núcleo duro? Las cajas de ahorros, naturalmente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com