Las familias Del Pino, Entrecanales, March, los Albertos, Florentino Pérez... están obligados a trabajar con su propio dinero o a desaparecer.

Mientras el rosario de quiebras permanezca en el sector inmobiliario el proceso podía controlarse, pero ahora peligran las industrias que los grandes constructores compraron apalancados. La deuda de Ferrovial, ACS, Acciona y Sacyr ha puesto en solfa a sectores estratégicos, como el energético. Los bancos se replantean su política crediticia: no volver a prestar para comprar empresas con el aval de la propia empresa.
El pecado del mundo anglosajón es la especulación financiera, el de la Europa continental, desde luego el de España, el apalancamiento o endeudamiento excesivo. Como dijo un viejo banquero español: Así se hacen hoy los negocios: sin dinero. Esto es, a crédito.

Una táctica que ha generado un verdadero rosario de quiebras. Y el asunto no ha hecho más que empezar. El problema no es el modelo de crecimiento, es decir, la excesiva construcción de inmuebles, ni la excesiva especialización en el sector inmobiliario. El problema radica en el cómo se construían esas inmuebles, que, por otra parte, eran necesarios porque había demanda para ello y porque entre los inmigrantes que venían a trabajar y los pensionistas europeos deseosos de jubilarse en España, la venta estaba asegurada.

Ahora bien, el error consistió en realizar todas esas promociones a crédito, sin aportar un euro del propio bolsillo, ni tan siquiera en forma de aval, y comprar empresas por la misma formula. Y lo más grave: los bancos concedieron -y el Banco de España miró hacia otro lado- créditos a especuladores para hacerse con empresas estratégicas a estas familias del ladrillo con le aval de las acciones de las propias empresas compradas. Una mala práctica bancaria de la eu se han beneficiado los del pino (Ferrovial), Entrecanales (Acciona) Los March, los Albertos y Florentino Pérez (ACS) o Luis del Rivero (Sacyr) se han endeudado pro encima de lo que aconsejaba la prudencia y ahora han puesto en almoneda empresas estratégicas del tejido industrial español, al tiempo que colocan a bancos y cajas en una situación más que delicada y, como guinda, estrangulan el crédito a las pymes.

El reciente caso de Habitat es singular. El señor Bruno Figueras, dueño y señor del cotarro, ha dejado una deuda de 2.200 millones de euros y se ha negado a poner un euro de su patrimonio personal.

Y la ristra de suspensiones de pagos -concursos de acreedores- o quiebras está enladrillando a la banca española. Se lo tienen merecido pero el caso es que lo pagamos todos.

Por lo general, las opciones a seguir por un banco ante una crisis inmobiliaria pueden reducirse a tres: provocar la suspensión de pagos, embargar y trocear la empresa o convertirse en su socio. La primera es la más dura para los trabajadores, la segunda termina con proyectos industriales y la tercera es un truco de la banca para hacerse trampas en el solitario. Ejemplo: Reyal Urbis con Santander y Banesto.

Con todo, el problema más grave es el precitado: cuando los señores del ladrillo, los grandes constructores comenzaron a comprar empresas estratégicas crédito. El caso de Repsol es sintomático, como lo es la macrodeuda de ACS, que sólo ha conseguido inestabilizar Iberdrola o el desastre de Acciona, que seguramente obtendrá una plusvalía de Endesa a costa de dejar en manos del Gobierno italiano la principal empresa española y aún malvender otros activos como Transmediterránea. Los Del Pino se han jugado su imperio con el operador británico de aeropuertos -a deuda- y los March y los Albertos se han convertido en rentistas especulativos.

Es el fin de los señores del ladrillo, que dejarán muchos muertos en el camino (ellos no pasarán apuros a fin de mes, no se apuren, pues no emplean su dinero, sólo su capacidad de endeudamiento para hacer negocios- pero, sobre todo, es el fin del apalancamiento.

Los bancos, por lo menos, aprenderán la lección: nunca más prestaré dinero a quien compra una empra con el aval de la propia empresa comprada. Una práctica viciosa, y codiciosa, que nunca se debió consentir.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com