Como sucede con los indignados del 15-M en España, en tierras alemanas se extiende la violencia gratuita de jóvenes que rompen escaparates, saquean comercios y se enfrentan a la policía. ¿Qué es lo que pretenden? Eso es lo llamativo: no pretenden nada: simplemente son locos llenos de rabia y furia.

David Cameron, el premier inglés, lo explicaba así: "No distinguen entre el bien y el mal". Fue el cristianismo quien les enseñó a distinguir entre ambos, que es tanto como enseñarles a ser libres, porque la libertad consiste en eso: en optar entre el bien y el mal. Naturalmente, la Iglesia les impele en una dirección determinada. Lo que ocurre es que Occidente ha arrinconado a Cristo y ahora se encuentra con esta violencia sin motivo, violencia gratuita.

Así es. Por tanto, ¿a quién odian más los indignados? A esa Iglesia que les dice lo que está bien y lo que está mal, una recusación en toda regla a su actitud y una acusación directa a su desesperanza. Lo que les falta a los jóvenes o no tan jóvenes, que protagonizan esa violencia gratuita es un sentido para su vida. Y ya se sabe que quien tiene un porqué para vivir acaba encontrando el cómo.

Y esta violencia no deja de ser la misma que la del aborto -la mayor de todas- o la violencia contra la mujer.

Me dirán que existen otras violencias -además de la bélica-. Por ejemplo, la violencia terrorista. En México, el narcotráfico ya no se conforma con asesinar para asegurar su negocio sino que ataca un casino en Monterrey, la zona más estable del país, hasta ahora, sin otro objetivo que el de echarle un pulso al Estado mediante el homicidio. A fin de cuentas, todo terrorismo -el narcoterrorismo, el islámico o el etarra- tiene por objeto el poder, cambiar un Estado por otro mediante la aniquilación física del adversario. Esta no es violencia gratuita pero parte del mismo tronco: la falta de un sentido de la vida… porque el bien y el mal no existen. A la violencia revolucionaria de antaño le está sustituyendo la violencia gratuita de hogaño. El remedio sigue siendo Cristo.

Eulogio López

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