Conozco a Cristina Narbona desde hace 20 años, y considero que uno de los primeros errores de Zapatero consistió en no nombrarle ministra de Vivienda, que es de lo que sabe, en lugar de responsable de Medio Ambiente, de lo que continúa sin tener ni idea. Pero ZP es un tipo listo, y sabe que los ministros no están para solucionar los problemas de los ciudadanos, sino los problemas del Presidente. En este caso, un presidente por atentado no por accidente, como diría mi admirado Luis María Ansón- que necesitaba satisfacer a todos los barones regionales del PSOE, al lobby feminista y a todas las corrientes internas y a Jesús Polanco (aunque no por ese orden). Así que a Trujillo le tocó vivienda, como cuota del recalcitrante Ibarra, y a Narbona Medio ambiente, que no deja de ser un premio de consolación.

Lo cual representa otro grande problema dado que Narbona es de las que no saben estarse quietas. No he hecho la cuenta, pero diría que las iniciativas del Ministerio de Medio Ambiente, o al menos las declaraciones de intenciones las más relevantes en política- de Medio Ambiente superan a la de las Vicepresidencia económica.

Lo cual es peligroso, pero no tiene por qué ser necesariamente malo. Lo verdaderamente malo, casi horrible, es que Narbona ha asumido, con la velocidad del converso, es decir, a trompicones, el esquema eco-triste del progresismo imperante. Porque el problema no es la sensibilidad ecológica que vela por el ecosistema, sino los conservacionistas de la eco-tristeza, según los cuales, como es sabido, la única especie que sobra en el planeta no es el bacilo se Koch ni el VIH, sino el ser humano, especie violenta dedicada a depredar a todas las demás sin provocación previa.

Si reparan en las intervenciones públicas y en las medidas de doña Cristina convendrán conmigo en que la inmensa mayoría de ellas son negativas. Consisten en apretarse el cinturón, reducir el nivel de vida y renunciar a cualquier actividad planteara, incluida la reconfortante ducha matutina. En las grandes políticas energéticas, y en las pequeñas, Narbona se alinea con la filosofía Kyoto, que parece elaborada por un beodo en un momento de delirium tremens: en lugar de aumentar la producción de energía y controlar los efectos secundarios, Kyoto se dedica a reducir la producción energética o a plantear alternativas carísimas para defender el medio ambiente y con ello fastidiar a los pobladores de dicho medio ambiente.

El ejemplo más claro es la asfixia a la que se somete a las centrales térmicas de carbón, a pesar de ser el combustible más disponible en el planeta, cuyos residuos mejor se pueden combatir, y el más barato para las economías débiles (economías débiles familiares, no nacionales). De esta forma, Ni Kyoto ni Narbona, que son una misma cosa, consiguen una energía verde, sino una energía cara, de la que se aprovechan los eco-listillos (ver información sobre CEASA publicada en Hispanidad), es decir, los especuladores. No es broma, pero siempre me ha sorprendido la asombrosa casualidad de que la Trilateral, primer intento serio de Nuevo Orden Mundial de instaurar una plutocracia universal, también firmara su acta fundacional en Kyoto. Y por cierto, con el elitismo por bandera, el elitismo del dinero, que negaba el principio de un hombre, un voto, bajo el sólido argumento que expresaba el escritor italiano Giovanni Guareschi en su genial D. Camilo : ¿Cómo va a valer mi voto, el voto del alcalde, lo mismo que el voto de Golino, que está todo el día borracho y no recuerda ni su nombre?. Puede ser una casualidad, pero siempre sospechosa.

Y la han cogido, precisamente con el carbón, el combustible cuyos efectos secundarios (especialmente le peligroso azufre) pueden ser combatidos con mayor eficacia. Precisamente el carbón, presente en todo el planeta, que reduciría la dependencia energética de Occidente y el chantaje permanente de Oriente al mundo libre. Par combatir las emisiones de carbón, existe un plan, en positivo, tan antiguo como el mundo : plantar árboles. Que es, precisamente, la vertiente donde Narbona no posee proyecto alguno. Ya hemos hablado del informe elaborado por Juan Avilés, uno de los mejores expertos españoles en producción de energía (otra biblioteca cerrada por prejubilación forzosa, esta vez en Endesa), quien plantaba un desarrollo de las térmicas de carbón con desulfuración y contrarrestando la emisión de CO2 con plantación de árboles. Si existe un combustible para producir energía de izquierdas (dado que está estupendamente distribuido en el mundo), positivo (reforestación), cuyas efectos secundarios son neutralizables, precisamente regenerando el medio ambiente y la corteza terrestre, con reservas innumerables y no concentradas, que evita el chantaje actual del los productores de petróleo sobre el resto, que beneficia a los países pobres y las economías impecunes, que desean energía limpia, peor antes que eso energía barata, es decir, energía posible, ése es el denostado carbón.

Pero para que Narbona abandone el tópico de la energía limpia, verde y renovable, y deje de asfixiarnos a todos con la filosofía Kyoto, no se precisan informes científicos sino una cura de alegría, una vacuna contra la ecotristeza y otra contra el poder del tópico, verdadero veneno de las almas progres. Por decirlo de otro modo : todos los efectos secundarios que causa la producción de energía son solucionables: lo que no es solucionable, y provoca miseria, subdesarrollo y muerte, es no producir energía o producirla a unos precios imposibles para los más pobres. O sea, el espíritu de Kyoto.

Lo digo porque la filosofía Kyoto ha penetrado de tal forma en el cuerpo social que se produce lo de Einstein: es más fácil romper le átomo que romper un prejuicio. Una ideología no puede darse por asentada, es decir aceptada acríticamente por la mayoría, no puede darse, en resumen, por políticamente correcta, hasta que figura en los libros de textos escolares. Hoy mismo he leído en un libro de tercero de la ESO, un capítulo sobre energía repleto de tópicos melifluos sobe las bondades de las renoables y la maldad intrínseca de la térmicas. Precisamente, como muestra del desastre que supone quemar carbón, el pedagógico volumen exhibía una enorme chimenea que lanzaba a la atmósfera una enorme y venenosa vaharada de humo blanco. Es decir, que el autor había confundido la chimenea que expele el CO2 con la que expele el vapor de agua, en absoluto contaminante. Se ve que la delgada chimenea de humo negro, le pareció poco contaminante, poco efectista, y decidió sustituirla por la chimenea de vapor de agua.

O sea, como la política de Cristina Narbona.

Eulogio López