El presidente hondureño Manuel Zelaya pretende cambiar la Constitución, no para aumentar los derechos individuales de los hondureños sino para renovar un mandato más.

Para ello, ha convocado un referéndum, consulta declarada ilegal por el Tribunal supremo, que le ha fastidiado un poquito. Entonces el jefe del Ejército, general Romeo Vázquez, ha decidido hacer caso del Supremo, Zelaya le ha cesado y se ha armado la gorda.

De inmediato, los bolivarianos, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales, se ha lanzado en apoyo del presidente hondureño, tan cercano al pueblo que pretende gobernarle por tiempo indefinido.

Si reparan ustedes entre todos los líderes de izquierdas citados, verán que tiene un interés normativo común: suprimir cualquier límite temporal de su cargo. El sistema norteamericano dictamina que un presidente sólo puede permanecer en la Casa Blanca durante dos mandatos, ocho años. Los países europeos, así como los hispanoamericanos, copiaron el modelo, básico para que el ser humano, subsector político, no se encariñe en exceso con el sillón, una verdadera silla de tortura, como ustedes comprenderán, pero que, por alguna extraña razón, atrae el masoquismo de los políticos.

Sospechosa coincidencia entre estos aprendices de tiranos, coincidencia en la que también participa el español José Luis Rodríguez Zapatero, quien se niega a aceptar la doctrina Aznar.

Le llamo doctrina porque la Constitución española permite mantenerse en la Presidencia del Gobierno todo el tiempo que sea menester (Felipe González estuvo 13 años, hasta que le echaron las urnas) pero José María Aznar -personaje ideológicamente acomplejado por él, pueden creerme, no siento la menor simpatía- prefirió ejercer, antes que cambiar la ley. Desde el primer día en Moncloa dijo que permanecería en el cargo un máximo de ocho años, si ganaba unas segundas elecciones. Y así fue: permaneció en el cargo entre 1996 y 2004. Al principio no le creyeron, luego desató una lucha interna por el poder en su propio partido pero cumplió: se marchó a los ocho años. ZP no ha manifestado el menor deseo de imitarle, prueba evidente de que está más aferrado al poder que su predecesor.

Concluyamos. Poner un límite al mantenimiento en la Presidencia del Gobierno o de la nación constituye en el siglo XXI el marchamo inequívoco, el sello de denominación de origen, de la democracia. Todo aspirante a dictador siente la necesidad de perpetuarse en el poder, sólo que ahora lo hacen por métodos democráticos: es decir, quieren modificar la Constitución en su beneficio, con el sano objetivo de que todo sea legal. Es lo que se llama un golpe de Estado pacífico, que son los más peligrosos.

Eulogio López

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