El magistrado Javier Gómez Bermúdez, presidente del Tribunal del Juicio sobre el 11-M, ha aprovechado un congreso celebrado en Málaga para ajustar cuentas con la prensa hacia la que, vaya usted a saber por qué, no siente especial afecto: "El problema de los juicios paralelos -es decir, los de la prensa- es que sitúan en el mismo plano el proceso judicial y la información periodística".

Me pregunto cuál de las dos actividades se ubica en el nivel más alto, aunque -uno es así de espabilado- podría adivinar su opinión.

Uno comprende que JGB esté orgulloso de su profesión, incluso que defienda que la justicia, con el brazo armado de la policía a su lado, tenga más medios para investigar el delito que los periodistas, pero establecer la prelación jurídica de los tribunales respecto a los medios en un país como España, donde los crímenes de Estado de los GAL, la corrupción de Filesa o las cesiones de crédito del Santander -no sé cómo se me ha podido ocurrir este caso-, por citar ejemplos recientes, han surgido de la prensa y  se han aguado en los banquillos, bueno, resulta cuando menos un tanto presuntuoso.   

Moralmente es mucho más noble, por menos coercitivo, denunciar en negro sobre blanco que condenar a presidio con la toga puesta. Vamos, digo yo. Por último, habrá que recordarle al magistrado que la prensa no tiene muy buena prensa entre la opinión pública española… pero los jueces la tienen aún peor.

En su modestia infinita, don Javier defiende que los juicios paralelos de la prensa no tienen importancia para unos "profesionales de la presión" como los jueces -como él mismo- pero que teme por los jurados populares. Este punto aristocrático de Su Señoría empieza a fastidiarme un tanto. ¿Quién le habrá dicho a nuestro héroe que el hombre del pueblo es más débil ante la presión que el que ha aprobado unas oposiciones? Yo diría que es justamente lo contrario: el intelectual es más influenciable que el hombre de la calle, entre otras porque éste es más sencillo y aquél más pedante, más esclavo del rigor que de la verdad, más atado a la retórica que a la dialéctica.   

La justicia es, siempre, un juicio moral. Pues bien, como Chesterton, yo gritaré aquello de "¿Moral? Preguntad al pueblo". Cuando quiera aprender de leyes acudirá a JGB, pero si puedo elegir el tribunal que debe juzgarme me decantaría por un jurado. La justicia va mucho más allá de la ley y el derecho. Y a veces, sencillamente va por otro lado.

Pero JGB aún dijo más: "Detrás de los medios hay empresas que se mueven por leyes de mercado, lo que condiciona la línea editorial y el resultado informativo". No sé cuánto le habrá costado al juez Bermúdez alcanzar esta brillante conclusión. Y sí, es el dinero lo que condiciona la línea editorial de los diarios, es decir, las conciencias de los redactores, aunque el editor desea el dinero, hay algo que desea mucho más, y para cuya consecución el dinero sólo es medio. El editor busca: respetabilidad, seguridad, poder. Lo mismo que los jueves estrella. Además, no sé si Su Señoría ha caído en la cuenta, pero lo que Su Señoría está diciendo es que el periodismo actual adolece de pensamiento débil, que no es otra cosa que el viejo relativismo con nombre más actual. El Relativismo niega la existencia de verdades absolutas… que es, exactamente, lo que le ha ocurrido a la Administración de justicia: si la verdad no existe, sólo la ley es objetiva. Si es justa o injusta, unívoca o equívoca, protectora del débil o connivente del fuerte… da lo mismo: el señor JGB la aplica. Y así, en lugar de resultar una justicia impecable acaba por resultar una justicia implacable y hace realidad aquella definición de Noel Clarasó: ¿Jurado? Grupo de hombres que se reúnen para decidir cuál de los dos abogados es el mejor.

Ni que decir tiene que ninguna obra humana, y menos que ninguna la ley, es objetiva, porque cada juez la interpreta a su manera, pero no nos desviemos de la cuestión.

Claro que la prensa está ideologizada, pero el problema no es que lo esté: el problema es si la prensa es justa, si es honrada, si tiene rectitud de intención en sus informaciones y en sus interpretaciones.

No obstante, hasta aquí la intervención de Gómez Bermúdez podía considerarse, digamos, habitual, propia de los tópicos en el que se desarrolla la clase dirigente, pero todo es susceptible de empeorar, y la cosa empeoró, todo caballero británico sabe cuándo debe dejar de serlo: "si seguimos concibiendo el sumario como algo reservado y secreto, habrá que limitar el acceso a las fuentes de información, sean al sumario ajenas". Sí, lo han leído ustedes bien. Lo que propone, o más bien, con lo que amenaza, JGB es con censurar los hechos judiciables -o sea, casi todos-, en una operación muy similar a la que puso en marcha la Comisión Europea en los mercados financieros. Según la normativa comunitaria, que Manuel Conthe pretendió implantar en España en su etapa como presidente de la CNMV, la prensa no podía informar sobre las sociedades cotizadas (es decir, sobre el poder), aunque su información fuera cierta si esa información -es decir, cualquier información interesante- provocara una modificación en la cotización de la sociedad. En definitiva, el Dios-mercado, depredador de las libertades individuales. La espléndida labor realizada por otro periodista muy internetero, Ángel Boixadós, evitó el desastre. Pero la norma, o sea, la bestia, continúa vigente esperando el momento adecuado para volver a atacar. Pues bien, tras la censura financiera, JGB propone la censura judicial. Esto marcha.

Con estas premisas no eran de extrañar otra andanada de JGB: "los males de la prensa tradicional se multiplican por cien, doscientos y mil en la llamada prensa digital (como querrá que la llamen). Aunque hay algunas empresas serias que respetan el derecho a la información, la mayoría de la digital vilipendia y destruye a la personas". ¡Qué miedo me da que este hombre dirija la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional!

No se engañen ustedes: en el siglo XXI, la libertad de información radica en Internet, donde está lo peor y lo mejor. La red se ha convertido en el paraíso de la libertad de prensa y de la libertad de expresión, las dos a un tiempo, con el nacimiento de un nuevo periodismo, deliciosamente incontrolable por políticos, banqueros  jueces, llamado periodismo ciudadano. Por eso, porque no lo puede controlar, le fastidia tanto a JGB el periodismo digital. Como todos los que suspiran por el poder, tiene conciencia de clase: de clase dominante.

Con declaraciones como las de JGB es como se avanza hacia la peor de las tiranías: la tiranía de los jueces. Pero como ocurrió con el dios-mercado, nadie dice nada.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com