El muy brillante ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, está realizando una tarea más bien poco brillante al pasar del Legislativo al Ejecutivo. Su estilo, ingenioso y mentiroso a partes iguales, era más apropiado para el Parlamento, foro de discusión política, y a veces incluso ideológica, que para el Gobierno donde la brillantez sirve de menos que la eficacia.

Por eso, cuando sube a la Tribuna Parlamentaria, Rubalcaba derrama ingeniosas maldades sobre la oposición, triunfa. Pero cuando desde el Gobierno dice mentiras, como que la delincuencia en España ha disminuido, entonces la gente se cabrea, porque su percepción personal e inmediata nada tiene que ver con la estadística político-mediática. Así, a Rubalcaba le han silbado en las calles de Oviedo, al tiempo que el público aplaudía a la Guardia Civil, en la Fiesta de la Patrona del Cuerpo, la Virgen del Pilar. Enfurruñado, el ministro se negó a hacer declaraciones (por cierto, no deja de tener su gracia que el director general de la Guardia Civil, y ahora también de la Policía Nacional, Joan Mesquida, odie el espíritu del Cuerpo).

Los españoles tienen hoy miedo a andar por la calle, y la delincuencia común y la simple chulería adolescente consideremos que hoy la adolescencia dura hasta los 25 y hasta los 30 años- les asusta más que el terrorismo etarra, de alta o de baja intensidad. Los españoles, de izquierdas y derechas (suponiendo que esos términos signifiquen algo- perciben, además una falta absoluta de respeto a las normas, una falta, en suma, de disciplina cívica y e respeto a la persona. La violencia se nota en la calle, se palpa en la atmósfera, y cada cual tiene miedo del vecino, especialmente del hijo del vecino. Los coches circulan con el seguro echado y toda la industria de la seguridad se ha convertido en el gran negocio del siglo XXI. Cada casa se ha convertido en una fortaleza y cada exigencia en un compendio de la norma de seguridad, en un protocolo de defensa permanentemente actualizado. Por otra parte, no olvidemos que la prevención no hace otra cosa que aumentar el miedo.

Respecto a la chulería adolescente, el asunto está claro : viene una generación a la que hemos enseñado que no existen normas morales objetivas sólo normas legales- y, con férrea lógica, los jóvenes se preguntan por qué razón, dado que las normas se las hace cada uno, han de respetar a sus mayores así como a las autoridades constituida. Para ser exactos, si no existen normas, ¿por qué han de aceptar la norma de respeto al otro? El diario La Razón informa en su edición del lunes que la nueva Ley del Menor puede librar de la cárcel a los jóvenes entre 18 y 21 años de edad, justo en el momento en que la policía se preocupa, antes que por ninguna otra cosa, por los delitos graves cometidos ¡por chavales de 14 años en adelante!... y bajando. Puede que la cárcel no sea sitio para un menor de 21 años, pero los centros de menores tampoco lo son.

Otrosí. A los españoles no les preocupa la inmigración ilegal por el hecho de que nos vayan a quitar el trabajo. Esa tontuna hace tiempo que sólo la defienden xenófobos anticuados. Les preocupa la inmigración porque sienten miedo del inmigrante. Miedo exagerado en muchas ocasiones, ciertamente, pero no en todas. Por ejemplo, más de 700.000 ilegales rumanos y búlgaros serán legales el 1 de enero de2007, dado que sus países entran en la Unión Europea. Eso está muy bien, porque las fronteras, como hemos defendido en Hispanidad, deben estar abiertas para las personas al igual que para los capitales y los productos (y si no, que se cierren para todos y para todo), pero abrir las fronteras no significa absorber delincuentes sin ningún control. Salvo en aquellos países de la Europa del Este donde la Iglesia fue mártir y donde su martirio sirvió para preservar el sentido moral de la sociedad (por ejemplo, Polonia o Hungría), lo peor que hizo el comunismo en la Europa sometida la URSS fue vaciar de sentido moral a esas sociedades. Así, hay rumanos y búlgaros que llegan a España buscando una vida digna, pero hay otros para los que España se ha convertido en un objetivo de latrocinio. Como ya hemos contado en Hispanidad, los universitarios rumanos actúan al grito de Vente a España a robar.

En definitiva, con los inmigrantes hay que ser generosos y la única postura católica es la de las fronteras abiertas: pero fronteras abiertas no significa fronteras no controladas, de la misma forma que mercados abiertos no significa la ley de la selva, o mercados sin regulación alguna. Porque aquí da la impresión de que se deporta a los impecunes y se acoge a los delincuentes, especialmente si visten traje de mafioso o de aspirante a mafioso.

Y lo mismo puede decirse de la inmigración musulmana. El musulmán no viene a robar de forma organizada, pero sí a crear guetos, que no pocas veces son síntoma de delincuencia o de invasión. Las mujeres -¿por qué será?- son las más cabreadas con la inmigración islámica, que, resulta ocioso explicar las razones- debe ser controlada por las fuerzas de seguridad. Por decirlo de alguna manera muy simple: muchos rumanos vienen a robar y muchos musulmanes vienen a invadir y a imponer su modo de vida por la fuerza.

Pero no hace falta acudir a la inmigración sin control para resumir el aumento del miedo. Por eso la gente no está dispuesta a creer a Rubalcaba cuando dice que la delincuencia ha disminuido. Porque no es eso lo que la gente respira. Alfredo, príncipe, está vez te has pasado de listo.

Eulogio López