Los presidentes de las grandes empresas españolas están pendientes del rumbo que adopte Zapatero. Aunque el nuevo presidente haya renunciado a los pactos de legislatura, y aunque su credo sea el diálogo, necesitará mayoría absoluta para aprobar leyes. Por de pronto, para aprobar la ley de Presupuesto precisa de 12 diputados más de los que dispone. Las alternativas son dos: puede contar con los nacionalismos moderados (CiU y Coalición canaria, principalmente, sin descontar de entrada al Partido Nacionalista Vasco), o podría optar por el Tripartito, con Izquierda Unida y ERC como coaligados. No tiene por qué ser imposible.

Un partido político que gobierna en minoría acaba pareciéndose demasiado a las minorías que le apoyan. Por tanto, de las alianzas de Zapatero dependerá el sesgo de su política económica y, también, el futuro de empresarios clave, sobre todo de las empresas privatizadas, como César Alierta, Alfonso Cortina, Manuel Pizarro o Francisco González.

Por de pronto, en Cataluña se empieza a hablar de la "cuota catalana" de empresa, algo que, en la España plural de Zapatero, cobra un especial sentido y representa una oportunidad única. En plata, que La Caixa, el gran inversor catalán, podría dar un paso adelante en empresas como Repsol YPF o incluso Telefónica.

Y eso sí que representaría un cambio. Inesperado cambio.    

Por lo demás, José Montilla, el número dos del Partido Socialista catalán, aspira a ser ministro. No en vano, el presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, afirmaba que no quería influir en la política económica española, sino "co-decidir". Y lo dijo ante la clase empresarial catalana, que le aplaudía con entusiasmo.

Tal parece que Zapatero va a mandar en España, pero no va a mandar en el PSOE.