En las instituciones religiosas, sean clericales o laicas, o sea la Iglesia misma, las crisis no suelen manifestarse como cismas sino como desobediencia.

Nada extraño: es el voto más duro, mucho más que lo de castidad y pobreza. La pureza y la austeridad siempre han sido virtudes más asequibles que la más difícil de todas: la humildad.

Pues bien, la forma actual de desobediencia más conocida entre cristianos es la manipulación de los mensajes que llegan de arriba. Conozco muchas órdenes y muchos movimientos. Manipular las instrucciones de los directores hasta la subversión del mismísimo lenguaje fundacional es el reto más complejo y difícil de los movimientos católicos en el siglo XXI por una sencilla razón: los afectados por el virus no son conscientes del desastre. ¿Y son culpables? Me temo que algo sí, aunque no se arrepienten de ello porque no tienen claro de qué deben arrepentirse. Su soberbia les ha hecho crear un hábito en el que cualquier instrucción es pasada por el recipiente de la previa deformación, es decir, cualquier mandamiento se convierte en perjuicio.

Los cismas no son preocupantes, la desobediencia sí. Es más, los cismas pueden servir para clarificar la doctrina mientras la manipulación sólo sirve para que se incube la patología sin que nadie reaccione porque son mayoría, insisto, los que piensan actuar correctamente.

¿Esto es propio de los últimos tiempos, que no son los últimos, sino los de la segunda venida del Salvador? Creo que sí.

Eulogio López

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