La condesa rusa supone la segunda colaboración profesional entre el escritor japonés Kazuo Ishiguro y el más británico de los directores norteamericanos, James Ivory. Este dato es importante porque la mayoría de los cinéfilos tenemos un excelente recuerdo del resultado de su primer encuentro: el drama Lo que queda del día, un best seller de Ishiguro. Como en aquella, en La condesa rusa el escritor japonés teje una enmarañada historia de relaciones humanas que sitúa en un escenario lleno de conflictos.     

 

La ciudad china de Shangai, en el año 1936, es una encrucijada de intrigas políticas, resultado de una mezcla de refugiados de varias nacionalidades y al borde de una invasión japonesa. Dos personas atrapadas en esta vorágine crean un vínculo bastante especial: una atractiva condesa rusa, empujada por las circunstancias a mantener a su familia trabajando de pareja de baile y prostituta ocasional, y un ex diplomático ciego, destrozado por la pérdida de sus seres queridos y desilusionado por la incapacidad del mundo en lograr la paz. La historia se desarrolla en La Condesa Rusa, un elegante club nocturno creado por el diplomático en un intento de  aislarse del caos y la tragedia que le rodean.

 

Como suele ser habitual en Ivory, el ritmo de esta bella historia de amor es lento y sin estridencias, como si el tiempo se parase. Argumentalmente, coincide con Lo que queda del día en los magníficos diálogos que se marcan el ex diplomático y su misterioso y peligroso amigo japonés, Matsuda, sobre el futuro que espera a las principales potencias y alrededor de la concepción del mundo que llegará en  años venideros (recuerden que hablamos de los años previos a la Segunda Guerra Mundial).

 

La condesa rusa marca el término de la magnífica colaboración entre el director James Ivory y el productor, Ismail Merchant, tras la muerte de este último acaecida el 25 de mayo de 2005. Cuarenta y cuatro años y más de treinta películas han sido el fruto de la Merchant Ivory Productions, fundada en 1961. Confiemos que ello no suponga el final  de una forma de hacer cine elegante, con un desarrollo algo teatral pero siempre apto para paladares exquisitos.

 

Para: Los que les gusten las historias de amor llenas de dificultades y elegantemente relatadas.