Que la ecología es una religión no representa ningún descubrimiento. Lo malo es que se trata de un credo tiránico y patético. Ninguna exageración. Acabo de escuchar en Televisión Española, la pública, la seria, la promoción de un espectáculo originalísimo o sea un pestiño- donde los protagonistas son el bíblico Job y su mujer, la madre Tierra, la diosa ecologista y feminista, que por algo es diosa- a la que debemos sacrificarnos todos con una ascesis que ningún credo, pongamos tradicional, como el cristianismo, el judaísmo, el Islam, etc., exigiría a sus fieles más meritorios.

Y el credo ecologista ha corrido por el mundo. El real, no la City madrileña o la Generalitat catalana. Reparemos, sin ir más lejos, en Lérida. Allí contamos con Ipcena, cuyo secretario general es Joan Vázquez, apellido que yo sospechaba gallego pero que ahora exuda catalanismo. Vázquez se ha hecho famoso en defensa de los sisarros, un pajarito fundamental en la fauna ilerdense que ha ocupado la portada de los diarios de la zona con motivo de la construcción del canal Segarra-Garrigues. Resulta que las siempre maléfica obras del actual canal, que como todo tipo de pantanos y conducciones de agua sólo sirve para beneficiar al hombre y fastidiar a los animales y las plantas.

Al final, las autoridades consideraron que si se trasladaba a los sisarros a los Monegros apenas notarían el cambio de residencia, un sofisma como cualquier otro entre las fuerzas centralistas. Pero ahí estaba, al loro, el amigo Joan, quien aclaró la situación en dos patadas: Los sisarros eran catalanes y no se iban a integrar en Aragón.

Yo no sé mucho de estas agradabilísimas aves, pero me basta la aportación experta de Vázquez. Todo sisarro que se precie porta en el pico el carné del Barça, a modo de saludo te canta Els Segadors y, naturalmente, tiene cuenta abierta en La Caixa. Una avecilla así no puede integrarse en la comunidad de otro lado de la Franja sin terminar en la consulta del psiquiatra. Sólo los fascistas madrileños no pueden verlo.

Pero los desvelos de Vázquez, que todas las noches le reza a la Madre Diosa Tierra. Las preces comienzan con el ¡Oh Gaia, líbranos del venenoso CO2 y del calentamiento global y haz que sepamos reciclar la basura para no dañar tu delicada contextura y terminan con la frase favorita del patriarca del ecopanteísmo recientemente fallecido: No preguntes lo que Gaia puede hacer por ti, pregúntate lo que tú puedes hacer por Gaia, por el ecosistema, el salmo preferido por el presidente del Gobierno español Rodríguez Zapatero junto aquel otro de No es la verdad la que os hará libres, sino la libertad la que os hará más verdaderos.

Pero a lo que estamos, Fernanda, que se nos va la tarde: Vázquez, nuestro Vázquez, se ha visto obligado a rasgarse las vestiduras algo no muy habitual en él, pero en ocasiones imprescindible- con una severo artículo titulado El ejército en Alfés: una perversión sin límites.

Comprueben si no tiene razón para tan santa ira: resulta que el ejército, naturalmente el español, ha realizado unas maniobras en el tomillar de Alfés, un paraje de singular valor medioambiental, ubicado a pocos kilómetros de Lérida. Hasta el momento, Alfés era un descampado por donde los vecinos de la noble villa ilerdense sacaban a pasear a sus retoños cuando no tenían nada mejor que hacer. Pero eran tiempos de oscurantismo que no pueden servir de excusa. Porque ha llegado el momento, y es éste, de contarle al pueblo la dura realidad de eso se encarga Joan-: con el coraje propio de los héroes, que en Alfés habita la alondra picuda. Cierto que nadie la ha visto pero aquí ocurre lo del viejo irlandés acusado de asesinato, cuando fue informado de que la acusación contaba con un testigo que le había visto dar muerte al finado, a lo que nuestro celta respondió que eso era una tontería, dado que el podía presentar cientos de testigos que no le habían visto matar a nadie. Es cierto, nadie ha visto a la picuda pero, ¿y si anidara en el tomillar como algunos sospechan? ¿Acaso podemos tentar nuestra suerte?

Es verdad que nadie la ha visto, pero la mera sospecha de que la alondra esté domiciliada en Alfés debería bastar para evitar la grosería, la perversión sin límite de uniformados y autoridades civiles. Porque, sépanlo de una vez, la llegada de los milicos, que han instalado tiendas de campaña en el tomillar ha coincidido con el periodo de cría de la alondra picuda, justo en el periodo en que el animalito se muestra más sensible, y a la que los brutales alaridos de los belicosos le podrían llevar, qué se yo, al suicidio, al aborto o a quién sabe qué tragedia. ¿Cabe mayor perversión?

¡Que Gaia libre a la alondra picuda de tanta maldad!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com