Yo no me arrepiento de nada. Es ésta una de las frases más utilizadas por actores, intelectuales y famosos en general. Nadie se arrepiente de nada porque, aunque hayan cometido una barbaridad, la culpa no es suya: la culpa es del entorno, de la víctima, de una mala educación o del gobierno.

Es la dilución de la responsabilidad individual, con lo que se bloquea, no ya cualquier atisbo de mejora en la persona o en la sociedad, sino cualquier posibilidad de cambio. Si suprimimos el arrepentimiento, el mea culpa, habremos decretado la abolición del hombre. Ye s que la solución a todos los males del hombre radica, una vez más, en el sacramento de la confesión, ese instrumento formidable y singularísimo del credo romano.  

La escritora Anne Perry, nacida en 1954, asesinó a su madre a los 15 años de edad con la connivencia de una compañera de la misma edad. En una entrevista para el diario ABC, comienza diciendo tonterías. Por ejemplo: No se puede ser bueno si no existe la opción de ser malo. Pues no señora, el hombre es libre y, con todos los atenuantes que se quiera, siempre puede decidir entre el bien y el mal.

Tampoco me han gustado las alusiones freudianas (Freud, el hombre de la mente sucia, es uno de los culpables e la desaparición del sentido de culpa en la sociedad actual) de Perry a las manipulaciones sufridas en su niñez o a la edad como elemento atenuante. Lo es ciertamente, pero no anula la responsabilidad. No existe el arrepentimiento parcial, los atenuantes no los aplica el agresor sino el agredido.

Pero, a la postre, Anne Perry manifiesta su arrepentimiento por la barbaridad cometida años atrás: eso es lo que le ha salvado la vida. El sentido de culpa es estupendo, maravilloso: es lo único que puede liberar al hombre del peso de sus culpas y de una conciencia moral para la cual el pecado nunca prescribe pero el arrepentido debe ser perdonado y salvado. Insisto: el mejor diván del psiquiatra es el sacramento de la confesión, porque Dios perdona siempre pero quien no se arrepiente no queda perdonado, seguirá siendo esclavo de su historia.

Por lo demás, quien no posee sentido e culpa acaba cayendo en esa descripción brillante del ser humano: si no vives como piensas acabarás pensando como vives. Si no hay sentido de culpa el paso siguiente, el que ningún ser humano puede evitar es éste: lo que yo hice no es malo porque lo hice yo. Ese es el punto de no retorno, el que Anne Perry, le felicito por ello, nunca alcanzó.

Eulogio López

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