Sr. Director:

Los recientes sucesos acaecidos en la relación Gobierno-Iglesia, me hicieron rememorar algunos antecedentes históricos donde el poder temporal pugnó con la Esposa de Cristo.

Los argentinos, en particular, tenemos muy cercanos los tristes hechos del 55, con la persecución religiosa consiguiente que llegó hasta la quema de los principales templos de Buenos Aires. Pero no son esos antecedentes los que quiero traer a esta reflexión, sino otros más antiguos. En efecto, hace unos cuantos siglos, en la entonces muy católica Inglaterra reinaba el muy católico Enrique VIII. Tan católico era que pronto condenó la herejía luterana y escribió en su contra. Pero la ambición de poder sumada a cuestiones de amoríos pasionales llevó a dicho monarca a separarse de Roma. La honestidad intelectual de unos pocos, que prefirieron la Verdad, a la genuflexión complaciente, les costó muy caro : Tomás Moro, el más insigne intelectual de la Isla (y uno de los más brillantes de toda la Europa de entonces), pagó con su vida la fidelidad a la Iglesia Romana. La historia es por todos conocida, la corona inglesa aumentó su poder tiránico inventando una iglesia local, cuya cabeza sería el mismo rey.

A estas alturas, se preguntarán qué tiene que ver esto con lo nuestro Pues bien, parecería que para algunos políticos es mas cómodo tener una iglesia local distinta a la romana, servil al poder de turno, dedicada a bendecir locales u obras públicas recién inauguradas y a dar de comer a algunos pobres No son pocos incluso los comunicadores sociales que pretenden introducir incluso en la opinión pública esta idea de dos iglesias. El presidente, en su inconmensurable apetito de poder, quiere ser otro Enrique VIII y piensa que puede dominar hasta la misma Iglesia. Como abogado desconoce el derecho vigente, como católico se alza contra su madre, como nuestro primer mandatario, niega nuestra tradición cristiana y avasalla las instituciones que dieron cimiento a nuestra Patria. Quienes lo siguen en el Gobierno, lejos de aconsejarlo bien y de asesorarlo convenientemente, tienden a justificar todos sus impulsivos actos.

Tenemos en la Argentina un gobernante que quiere emular a Enrique VIII; entre los hombres públicos no se avista a ningún Tomas Moro. ¿Habrá entre nuestros pastores, además de Monseñor Basseotto, algún Juan Fisher?

Julián del Duero

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