La cuarta parte de la población norteamericana es católica. Ahora bien, ¿qué votan los católicos? Ya saben cuál fue la decisión de los estrategas del Partido Popular al formularse esta pregunta: El voto católico -concluyeron- no existe. El PSOE de Rodríguez Zapatero ha ido un poco más allá: El voto católico no existe, pero el anticatólico, sí. Por chinchar a los curas, hay mucha gente dispuesta a modificar su voto.

Pero Estados Unidos es distinto. Allí nadie se asombra de que un presidente, republicano y demócrata, comience su mandato encomendándose al todopoderoso (¿se imaginan algo parecido en España?), y republicanos y demócratas ni discuten la oración en las escuelas, el horario infantil en televisión o cualquier confesión religiosa como referente moral.

Ni tan siquiera el 11-S hizo que los norteamericanos odiaran el Corán. A los islámicos sí, a sus signos externos y a su modo de vida sí, pero no a su credo. Por el contrario, no son pocos los europeos que consideran que toda religión resulta fundamentalista, violenta y peligrosa. Totalmente falso: de hecho, sólo el tercer adjetivo es cierto. Un credo es pura dinamita, para bien o para mal.

Quizás por eso, Bush y Kerry se disputan  el voto católico. Lo hacen de forma bien distinta. Bush se confiesa cristiano no católico, pero respeta una serie de valores católicos como la vida del no-nacido o el matrimonio natural, formado por hombre y mujer. Kerry, por el contrario, pregona su condición de católico, pero defiende el aborto o el matrimonio homosexual, bajo el principio de que gobierna para todos. Al mismo tiempo, y contra la prohibición explícita de los obispos, se acerca a comulgar.

En definitiva, Kerry representa la post-modernidad. La post-modernidad se considera a sí misma como una antítesis que dará lugar a la síntesis sólo aproximadamente definitiva. No se consideran herejes ni aceptan ese papel. El hereje se separaba de Roma por una cuestión doctrinal, la que fuera. Cogía el portante y ponía tierra de por medio. El post-moderno no es un hereje por dos razones: no se separa de Roma por una cuestión, sino por un montón de cuestiones. Y en segundo lugar, el hereje del pasado se marchaba y creaba su propia iglesia, mientras el de ahora se queda, y algunos incluso consiguen cargos eclesiales. Lo suyo es el cisma: cardenales contra cardenales, a ser posible. El hereje clásico quería destruir a la Iglesia, el post-moderno quiere conquistarla.

Los británicos no hablan de post-modernidad, sino de modernidad. Muchos clérigos de la Iglesia de Inglaterra, afirma el protagonista de la sátira Sí Ministro, necesitan ser modernistas para poder seguir cobrando el estipendio una vez han perdido la fe. No abandonan la Iglesia, porque dejarían de cobrar el salario. En la Iglesia romana el asunto no se plantea con tanta crudeza, entre otras cosas porque proporcionalmente es una Iglesia mucho más pobre que la Iglesia de Inglaterra, menos ligada al poder político y primigenia. Simplemente, los Kerry post-modernos se aplican en cambiarla desde dentro. En este caso, no porque quieran ser papas, sino presidentes de los Estados Unidos de América, que tampoco es mal cargo.

Ni que decir tiene que a mí los post-modernos siempre me han parecido mucho más temibles que los herejes.

Eulogio López