El nivel de corrupción ha creado un consenso de desesperanza hacia el futuro

Un error, porque estamos en vísperas de lo mejor, no de lo peor. Hay que convencerse de que la crisis económica, política o social no son sino caras de una misma y única crisis: individual y moral. El síntoma terminal de la sociedad es el ataque final contra la Iglesia, sinónimo hoy de pedofilia.
La frase más escuchada en la actualidad es la de esto no puede seguir así. Algo hay de cierto en ello. Insisto en la teoría de los gases, imagen del proceso de corrupción acelerada que sufre el mundo: cuando los gases se concentran indefinidamente en un recipiente éste acaba por estallar. Lo mismo ocurre con la corrupción. En efecto, el nivel de podredumbre ha llegado a un punto en el que sólo cabe esperar el estallido.

Pero la corrupción no es económica, ni política, ni social. Es individual y social, porque corrupción sólo hay una. Cada cual la analiza e interpreta como puede pero todo el mundo está hablando de lo mismo y todos sabemos que el recipiente va a estallar. Esto ha generado un consenso de pesimismo, de tristeza y de desesperanza que constituye la nota clave del mundo actual. Ahora bien, el estallido del miasma actual no debe concebirse como algo negativo, sino como lo que es: algo necesario y deseable. No caminamos hacia lo peor sino hacia lo mejor.

Como en el viejo chiste del Franquismo, estamos al borde del precipicio pero no vamos a dar un paso hacia adelante. Vamos a pasar página y, aunque ese pase pueda resultar doloroso, más allá del tránsito nos espera una humanidad purificada, joven, coherente.

La campaña contra la Iglesia a cuenta de la pedofilia, exagerad hasta la náusea, es el ejemplo de que la presión está llegando al límite. Pero tras el estallido todo volverá a ocupar su lugar y la esperanza renacerá.

El Jueves Santo, dedicado a la eucaristía, es decir, al amor a Dios y a los demás, es un buen momento para romper el cerco de pesimismo. Es el momento.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com