Por su interés, reproducimos el discurso pronunciado por el Papa Juan Pablo II en la X Asamblea General de la Academia Pontifica para la Vida, celebrada el pasado 21 de febrero. El texto lo recogió Noticias Globales, y la fuente es del L´Osservatore Romano. 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Me alegra mucho poder encontrarme personalmente con todos vosotros, miembros de la Academia Pontificia para la Vida, en esta circunstancia especial en la que habéis celebrado el X aniversario de la fundación de la Academia, recordando a cuantos han contribuido a su nacimiento y, en especial, al ilustre y benemérito profesor Jérôme Lejeune, vuestro primer presidente, de quien conservo un grato y entrañable recuerdo.  

Agradezco al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, las amables palabras que me ha dirigido y saludo también al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, y a los miembros del consejo directivo, expresando a todos mi profundo aprecio por la intensa dedicación con que sostienen la actividad de la Academia.  

2. Estáis realizando dos "jornadas de estudio" dedicadas al tema de la procreación artificial. Ese tema encierra graves problemas e implicaciones, que merecen un atento examen. Están en juego valores esenciales, no sólo para el fiel cristiano, sino también para el ser humano en cuanto tal. Emerge cada vez más el vínculo imprescindible de la procreación de una nueva criatura con la unión esponsal, por la cual el esposo se convierte en padre a través de la unión conyugal con la esposa, y la esposa se convierte en madre a través de la unión conyugal con el esposo. Este plan del Creador está inscrito en la misma naturaleza física y espiritual del hombre y de la mujer y, como tal, tiene valor universal.  

El acto con el que el esposo y la esposa se convierten en padre y en madre a través de la entrega recíproca total los hace cooperadores del Creador al traer al mundo un nuevo ser humano, llamado a la vida para la eternidad. Un gesto tan rico, que trasciende la misma vida de los padres, no puede ser sustituido por una mera intervención tecnológica, de escaso valor humano y sometida a los determinismos de la actividad técnica e instrumental.  

3. La tarea del científico consiste más bien en investigar las causas de la infertilidad masculina y femenina, para poder prevenir esta situación de sufrimiento de los esposos deseosos de encontrar "en el hijo la confirmación y el completamiento de su donación recíproca" (Donum vitae II, 2). Precisamente por esto, deseo estimular las investigaciones científicas destinadas a la superación natural de la esterilidad de los cónyuges, y quiero exhortar a los especialistas a poner a punto las intervenciones que puedan resultar útiles para este fin. Lo que se desea es que, en el camino de la verdadera prevención y de la auténtica terapia, la comunidad científica -la llamada se dirige en particular a los científicos creyentes- obtenga progresos esperanzadores.  

4. La Academia Pontificia para la Vida ha de hacer todo lo que esté a su alcance para promover cualquier iniciativa válida encaminada a evitar las peligrosas manipulaciones que acompañan los procesos de procreación artificial.  

Ojalá que toda la comunidad de los fieles se comprometa a sostener los itinerarios auténticos de la investigación, resistiendo en los momentos de decisión a las sugestiones de una tecnología sustitutiva de la paternidad y la maternidad verdaderas, que por eso mismo ofende la dignidad tanto de los padres como de los hijos.  

Para confirmar estos deseos, os imparto de corazón a todos vosotros mi bendición, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos. 

Juan Pablo II