El cristiano renuncia a la violencia, pero no a la justicia

¿El cristiano debe ser un borrego social en nombre del mandato evangélico de la mansedumbre? No parece. La mansedumbre evangélica significa preferir morir antes que matar, pero con toda firmeza. El cristiano renuncia a la violencia pero no a la justicia.

Benedicto XVI llama en auxilio de esta tesis al viejo Orígenes: "Si en el país de los escitas se convirtiera la injusticia en ley, entonces los cristianos que allí viven deben actuar contra la ley".

Para el Papa resulta fácil traducir esto a los tiempos actuales: "Cuando durante el gobierno del nacional-socialismo se declaró que la injusticia era ley, en tanto durara aquel estado de cosas, un cristiano estaba obligado a actuar contra la ley. Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres".

Pero, naturalmente surge la excusa de la democracia: la mayoría manda y su dictamen es inapelable. Pues depende. Para el Papa, "una constitución democrática debe tutelar, en calidad de fundamento, los valores provenientes de la fé cristiana declarándoles inviolables, precisamente en nombre de la libertad".

Una de las cuestiones que más se plantean los jóvenes, los de cualquier época, es el binomio violencia-justicia. En efecto, ¿hasta qué punto hay que defender los principios no negociables? Pues hasta el final. El primer consejo para los jóvenes sería el de no callar ni debajo del agua, cuando se trata de la defensa de Cristo y de la Iglesia. Ser valiente, y la mayor valentía no es el que golpea sino del que habla, del que se expresa. La mejor arma de un cristiano es la palabra. El hombre que renuncia a su libertad de expresión para no comprometerse ha dejado de ser joven.

¿Y si llegamos al punto álgido? Pues entonces hay que recordar que la única violencia legítima es la legítima defensa, que tiene unas normas muy claras, las mismas de la guerra justa: nunca atacar, sino responder al ataque y sólo para evitar males mayores; responder de forma proporcionada al agresor y cesar en cuanto se haya evitado ese mal mayor. Esto vale para individuos para sociedades y para países.

Pero las exigencias de un cristiano van más allá, que no en vano el cristianismo es para gente recia. La norma de oro, allá al fondo de todos los demás postulados y argumentos, el mandamiento primero de los cristianos consiste en optar por morir antes que matar. La vocación del cristiano, no nos engañemos, es la de disposición la martirio. ¡Ojo!, no buscar el martirio, que es cosa de fanáticos. De hecho, el martirio hay que evitarlo hasta que es inevitable, hasta la frontera misma de la abjuración forzosa.

Y es que para ser violento cualquiera sirve: es cuestión de odio y de hábito, pero para renunciar a la violencia hay que ser muy valiente, hay que ser cristiano.

La Iglesia es para jóvenes con redaños. Blandengues y violentos, las dos caras de una misma moneda, abstenerse.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com