No sé si lo saben, pero el fallecido presidente Polanco, Lech Jaczinsky, es el culpable de que el avión presidencial se estrellara porque años atrás, en un vuelo de no sé dónde, obligó al piloto a aterrizar.

Podemos concluir que, además de suicida, el presidente polaco era un homicida, responsable de la muerte de 90 personas, entre ellos su propia esposa. La estupidez de la progresía, que tanto le odiaba, da para esto y para mucho más.

La prensa menos tonta, o menos progresista, ha titulado Polonia descabezada. Es cierto, ha muerto la cúpula polaca cuando iba a rendir tributo a los asesinados en Katyn, bestialidad ejecutada por los soviéticos para descabezar Polonia. 22.000 polacos recibieron un tiro en la nuca, todos ellos mandos militares y profesores. Así descabezaba un pueblo el totalitarismo comunista. El totalitarismo nazi hizo algo muy parecido en la Universidad jagelloniana de Cracovia, y envió a los mejores cerebros polacos a los campos de exterminio. La tiranía siempre ha sentido odio por un pueblo cuyos mejores hombres salvaron repetidamente a Occidente, a lo largo de la historia, al grito de por nuestra libertad y la vuestra.

El paganismo nazi y el odio antirreligioso del socialismo soviético siempre han coincidido. Y los papanatas progres del siglo XXI atacan el tópico nazi y disculpan el realismo socialista.

Así que, después de tanto insulto de la prensa occidental a Lech Kaczinsky, uno de los héroes de Solidaridad, es decir, uno de los que salvó a Europa occidental de la presión leninista que venía del Moscú, tras la muerte del único presidente católico que quedaba en Europa, del único coherente con sus principios, el único dispuesto a enfrentarse al binomio París-Berlín, creo que hay que pedirle su hermano gemelo, Jaroslaw Kaczinsky, que regrese al primer plano de la escena política. No porque que le necesite Polonia, quien le necesita es Europa. Figúrense si su presencia es necesaria que la consigna progre consiste en asegurar que Lech era el gemelo bueno, señal inequívoca de que Jaroslaw es mejor.

Eulogio López

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