Cada vez son más los correos que recibimos en Hispanidad con jugosas e interesantes historias referidas a los abusos del Islam, a la persecución de los cristianos en el mundo o a la producción de películas o libros blasfemos. Indignados y superados por un sentimiento de impotencia, lectores bien intencionados y amigos nos piden que publiquemos la última barbaridad que circula por la Red. El problema es que en demasiadas ocasiones las historias que se cuentan, las imágenes que nos muestran y hasta los subtítulos de los vídeos son falsos.

En mayo de este año circuló la denuncia de una supuesta quema reciente de iglesias por extremistas budistas en Olisabang y la amenaza de matar a 200 misioneros. El mensaje había sido rebotado de una a otra dirección, e incluso traducido al inglés, francés, italiano, polaco..., y según la versión estaba firmado por el P. Buonamassa, el P. Trevor o el P. Samuel Chetcuti, provincial de los franciscanos. Aunque existe el Padre Chetcuti, tales ataques nunca se produjeron. Es más, Olisabang ni siquiera existe, según se explica en diversas páginas, como tampoco existen los extremistas budistas en la India. Lo cierto es que sí existe persecución contra los cristianos en India y que en 2007 grupos hinduistas radicales quemaron iglesias y conventos cristianos en el Estado de Orissa. Los mismos grupos continúan en la actualidad atacando a los cristianos también en otros Estados
Igualmente falso era el correo que al menos desde el año 2000 cruza ha dado la vuelta al mundo varias veces, que de vez en cuando resurge, y en el que se anunciaba el estreno de una película titulada Jesús y sus discípulos gays. El mensaje pedía firmas para frenar la llegada de la cinta a los cines y la difusión. Nunca se estrenó, pero es que tampoco se rodó. En cambio, sí continúa en Internet el vídeo en el que un actor que interpreta a un Cristo afeminado canta I will survive, tema asociado al mundo homosexual. En la última década se han estrenado películas anticristianas, sin duda: desde las españolas Teresa: el Cuerpo de Cristo, El discípulo o Camino hasta Amen, The Body, El Crimen del Padre Amaro o El Código Da Vinci, por citar sólo algunas. James Cameron dijo haber descubierto la tumba de Cristo, se forró rodando un documental sobre la búsqueda; finalmente, todo era mentira, pero nadie lanzó una cadena de correos para difundir la verdad a los cuatro vientos.
Algo similar ocurre con las imágenes: todos recordarán la imagen de Zapatero inaugurando con Mohamed VI un mapa de Marruecos que incluía el Sahara Occidental, Canarias y Andalucía. La imagen había sido manipulada (he aquí la auténtica), pero eso no significa que un mapa similar existiera y que el entonces líder de la oposición no lo viera. Digamos que alguien no encontró la foto auténtica del mapa y elaboró una interpretación artística: Zapatero la vio y Aznar también.

Otros bulos interesantes llegados a esta redacción invitan al aplauso para la peineta contra Ahmadineyad (en realidad, la supuesta heroína no era tal) o la historia de las falsas bodas pederastas de Hamas, con fotos que daban verosimilitud a lo que se contaba, pero que no correspondían a la verdad.

Este tipo de rumores con contenido político, ideológico o religioso ha encontrado en Internet un caldo de cultivo más que adecuado y, una vez en marcha, es casi imposible pararlos. Al igual que los bulos y las leyendas de toda la vida tienen su moraleja y representan estereotipos e historias que todos estamos dispuestos a creernos porque en muchos casos tienen un trasfondo de verdad (persecución anticristiana, blasfemia institucionalizada, islamistas radicales, terroristas sin escrúpulos...) y en otros representan cómo nos gustaría que fuera la realidad (una musulmana rebelándose contra el presidente de Irán). El efecto de estas falsas historias, reenviadas en la mayoría de los casos con la mejor intención y desconociendo que son mentira, acaba resultando particularmente perjudicial, pues ofrece argumentos a islamistas radicales, blasfemos y anticristianos en general. Y lo hace de una forma muy sofisticada, diluyendo la verdad en un mar de mentiras hasta que es imposible distinguir una y otras y, por tanto, devalúa cualquier denuncia por cierta que sea. Es lo que ocurría en el fondo cuando El País aclaró en marzo que lo que se presentó como ataque religioso en Nigeria era sencillamente un conflicto económico. De la misma forma, a los islamistas les faltó tiempo para decir que lo de las bodas pederastas de Hamas era sólo una más de las mentiras vertidas contra los musulmanes y, de paso, tampoco es cierto que conquistaran la Península Ibérica en 711.

No se trata de esbozar una teoría de la conspiración para concluir que una misteriosa sociedad difunde rumores para frenar el efecto de las denuncias y mermar el activismo de los cristianos, simplemente presentamos la consecuencia: la mejor forma de ocultar un elefante en la Quinta Avenida es llenando la Quinta Avenida de elefantes, sólo que en este caso, son de papel.

Rodrigo Martín

rodrigo@hispanidad.com