Con la lascivia no hay libertad privada ni libertades públicas

"Vuestra boca no está hecha para comer vaciedad ni para mascar estiércol". Son palabras de una revelación privada actual, palabras de Santa María dirigidas, preferentemente, a los españoles. Viene al pelo, porque la fiesta del 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción, patrona de España, la festividad mariana más española de esta Tierra de María, nos puede llevar a muchos análisis. Desde el más profundo, eje nuclear de toda la filosofía y la teología cristiana, como es el sentido del pecado, hasta, cómo no, la pureza, de la que la Madre del Dios encarnado es símbolo y arquetipo.

Curiosamente, de pureza se habla poco hoy en día. No hace intelectual. Pero debería hablarse, porque, por ejemplo, toda la frívola barbaridad de la ideología de género, tiene su origen justamente en la lascivia pedestre en la que nos movemos. En un océano de vaciedad y de pornografía no podemos considerar al otro sexo como persona, sino como cosa. Vamos, que estamos comiendo estiércol.

Se me dirá que no todos los vicios son de lascivia, ni la pureza es la virtud más importante. Es cierto: figura en los puestos sexto y noveno del decálogo. Pero me sorprende, como siempre, esa característica de la sociedad moderna, y del modernismo, que es la filosofía que la inspira, consistente en negar lo evidente, recriminar lo palmario, y enlutar la verdad en vaciedad.  

La pureza tiene mucho –todo- que ver la violencia contra la mujer –y no me refiero a la nimia -sí nimia y exageradísima, al menos en España-,  violencia de género sino a la violencia en general, así como a los desastres familiares -casi tantos divorcios como bodas- que genera el machismo aborregado y el feminismo odiador de la vida.

Simplemente: hombres y mujeres, al menos en España, nos hemos animalizado, nos hemos convertido en machos y hembras. Las mujeres no se dedican a gustar sino a seducir, los hombres no se dedican a cortejar sino a copular (o al menos a intentarlo). Ellas visten como cerdas y los varones miran como cerdos. Y como resulta que no estamos hechos para mascar estiércol, cada sexo considera al otro como un objeto del que aprovecharse. 

María es la única mujer sin pecado original, sin inclinación al mal. Esto es lo que celebramos en su Inmaculada Concepción, dogma que Roma tuvo que aceptar en el siglo XIX ante la secular persistencia española, que lo inventó. Como nos decían nuestros catequistas -antes, no ahora-, con ella Dios rompió el molde. La Inmaculada absorbe la doble condición que engrandece a la mujer (y al varón): la virginidad y la paternidad (que engloba semánticamente la tarea de padre y madre, con permiso de la gramática de género).

Pero lo cierto es que vivimos en el estiércol de la pornografía y de la utilización de un sexo por el otro. Y no podemos olvidaros de que lascivia es esclavitud y con ella no hay libertades, ni libertad privada ni libertades públicas. Algo tan simple… y tan olvidado.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com