La Iglesia no sólo rechaza la pena de muerte para cualquier persona, sino que deplora cualquier discriminación que puedan sufrir las personas homosexuales.

Sr. Director:

Ante la propuesta trampa que Francia llevará a la ONU para que realice una declaración en favor de despenalizar la homosexualidad, las declaraciones del observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas han servido para sembrar una cortina de humo en la opinión pública mundial y lanzar despreciables e injustas acusaciones a la Iglesia católica.

Quien quiera formarse un criterio sobre esta materia debe analizar muy fino, dado que la propuesta francesa esconde un trasfondo que debe ser tenido en cuenta.

Ante tales acusaciones hay que considerar que lo que el representante de la Santa Sede ha denunciado es que la propuesta, tal como está formulada, crearía una nueva discriminación.

El problema no es que se proteja a los homosexuales, que sufren discriminación en sociedades que no son precisamente de tradición cristiana. El problema es que se pretende generar mecanismos de presión para impedir a los Estados afirmar una realidad básica para el futuro de la humanidad: que el matrimonio está formado por un hombre y una mujer. Imponer a todos la aceptación del llamado matrimonio homosexual, como si se tratase de un nuevo derecho, es un abuso que debe ser rechazado, aun a costa de sufrir calumnias, como las que ha sufrido la Santa Sede.

Y es que no se trata de volver una vez más sobre lo que opina la Iglesia sobre la homosexualidad; quien quieran saber de esta materia tiene textos suficientes (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2358).

La Iglesia no sólo rechaza la pena de muerte para cualquier persona, sino que deplora cualquier discriminación que puedan sufrir las personas homosexuales. Si olvidamos esto, cualquier crítica puede justificarse.

Domingo Martínez Madrid

domingo121@gmail.com