Como Julio César, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha corrido presuroso en socorro del vencedor. El grande, es decir, el Estado, se ha salido con otros grandes, las grandes empresas de transporte, y han vencido al pequeño, las micro-PYMES y autónomas del sector del transporte por carretera o del pesquero.

Y así, cuando han impuesto su ley, con cabezas descalabradas y una de las más sonadas manipulaciones televisivas que se recuerdan, ZP ha adoptado esa actitud que alguien calificó como bobo solemne -nosotros no, que conste- para asegurar que habrá tolerancia cero con los huelguistas. La verdad es que tras varios días, sobre todo el miércoles, de enfrentamientos, lo de tolerancia cero ya lo habíamos intuido.

La verdad es que la gran batalla de los pequeños -recuerden: lo bonito es hermoso- era por una rebaja del precio del gasóleo, es decir, de los impuestos, con los que el Estado se lucra, y que administra el Gobierno. Esa batalla se ha perdido y con ella la democracia económica, que les aseguro también existe.

Y lo peor: ha perdido la libertad de pensamiento. La huelga de transporte ha provocado una especie de pensamiento único entre izquierdas y derechas, entre liberales y estatistas, alrededor de dos ideas de lo más majaderas:

1. Si reduces los impuestos de los carburantes aumentas el consumo. ¿Por qué? Especialmente si hablamos de carburante profesional. Si hemos de creer a nuestros más lúcidos economistas, socialistas o populares (hoy mismo un personaje a quien personalmente aprecio, como Juan Iranzo) se diría que el camionero, el pescador de bajura y el taxista disfrutan acudiendo al surtidor de gasóleo para llenar el depósito y gastarse sus euros. Lo llenan porque lo necesitan para su trabajo, y el precio lo marcan los tiranos de la OPEP, los especuladores del crudo y los tiranuelos fiscales del Gobierno, no el libre mercado ni los usuarios, que sólo pagamos.   

2. La segunda es parecida a la anterior pero domina todas las políticas económicas posibles: no se pueden reducir impuestos, porque el déficit, ahora superávit público, es sagrado. Que yo sepa, para salir de una crisis de crecimiento, hay dos políticas económicas posibles: a lo liberal, bajar impuestos para aumentar el consumo o a los socialdemócratas, aumentar la obra pública -y la vivienda pública-. Ambas políticas, la liberal y la estatatista, pueden propiciar déficit público.

Por eso concluyo que la izquierda y la derecha clásicas han muerto, pero el funeral ha sido muy triste, porque sólo nos han dejado un heredero, creo que adoptado, llamado pensamiento único. En política económica este pensamiento nos dice que la prioridad es el equilibrio fiscal, en lugar del equilibrio familiar. Y este mismo pensamiento único nos lleva al análisis económico de moda, según el cual, mientras las economías domésticas pueden ir bien pero la economía -llamémosle macroeconomía- puede ir genial. En castizo: que la economía española, la que encarna el Gobierno, marcha dabuten pero los españoles las pasan canutas.

Se me olvidaba: al precitado pensamiento único se la conoce con el nombre de progresismo.

Eulogio López

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