España necesita que las cajas de ahorros se mantengan en las empresas españolas. Un país que se está desindustrializando, cuyas compañías estratégicas se deslocalizan a gran velocidad, no puede permitirse el lujo de obligar a esas entidades mutuales a abandonar la industria.

Las cajas de ahorros tienen tres grandes virtudes respecto a las sociedades anónimas, o sea, frente a los bancos. La primera es la personalidad, el estilo. Insisto: las cajas de ahorros no van mal -no van tan mal como pretende el gobernador del Banco de España- por no ser bancos o por ser pequeñas sino, precisamente, por comportarse como bancos, especialmente como grandes bancos de inversión.

Su estilo es el propio de una entidad  mutual -verbigracia, sus directivos cobran mucho menos que los banqueros- y, aunque tengan ánimo de lucro, no lo tienen, o no deberían tenerlo, de lucro fácil. Cuando son fieles a su estilo las cajas funcionan y son más rentables y más útiles al bien común, que los bancos.

En segundo lugar, las cajas no reparten dividendo porque no tienen accionistas: tienen dividendo social. Dedican a obra social un 25% de su beneficio, es decir, menos que el pay-out de los bancos. Por tanto, pueden fortalecer sus reservas, sus recursos propios, más que los bancos. ¿Que no pueden acudir al mercado? ¿Y quién quiere acudir al mercado, con una bolsa voraz que no hace otra cosa que poner contra las cuerdas a cualquier gestor sensato?

Además, la gran revolución pendiente, que aletea en los reguladores británicos o en el asesor de Obama para la reforma bancaria, Paul Volcker, consiste en abandonar los fondos propios como termómetro único de solvencia y retornar a las piezas claves del negocio: la morosidad y la liquidez. Un buen banco no es aquel que aumenta la burbuja especulativa de los mercados participando en constantes ampliaciones de capital o en emisiones subordinadas que acaban por resultar letales para el accionista sino por prestar dinero y recuperar lo prestado: liquidez y morosidad, no coeficiente de fondos propios.

Tercera y más importante razón para que las cajas de ahorros sigan siendo cajas y no -como pretenden PSOE y el PP-, se conviertan en bancos: son los sostenes de empresas estratégicas, tales como Telefónica, Iberdrola, Repsol, Gas Natural Fenosa, Iberia, Abertis, Indra, Ebro, SOS, NH, etc. Se puede decir que todo el IBEX está en manos de multinacionales o de cajas de ahorros. La España empresarial está sustentada en cajas de ahorros. Y me dejo las inmobiliarias y de sociedades de desarrollo regional. Son el contrapeso al carácter público o semipúblico de las empresas estratégicas alemanas, francesas e italianas, que nos están colonizando.

Porque en España hay dos tipos de grandes empresas donde las decisiones de inversión, de creación de empleo, se toman en España: las participadas por cajas de ahorros y la empresa familiar. Y ambas pretenden ser destruidas por el capitalismo financiero, ideología de lo más sectaria en la que participan con entusiasmo tanto el PSOE como el PP.

Destruir las cajas de ahorros es, sencillamente, suicida. Es lo que están haciendo Gobierno, oposición y Banco de España. Ahora más que nunca: ¡Hay que salvar a las cajas! Salvamento que consiste en algo tan sencillo como esto: que las cajas sigan siendo cajas. Y si los políticos regionales las politizan la solución está clara: arrebatarles el control sobre el sector ahorro y dárselo a los clientes, a los depositantes, a los impositores. Es decir, retornar al carácter mutual de las cajas de ahorros que por nada del mundo deben perder.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com