Y más Santander. Vuelo de Air Nostrum Madrid-Santander, mañana del lunes 25. Un pequeño avión con tan sólo cuatro asientos dedicados a primera clase. Los cuatro están vacíos. Cuando ya ha subido todo el pasaje accede a Primera clase la ministra de Fomento, Ana Pastor. Camina con muletas y una aparatosa tirita en el pié. Permanece en solitario mientras el aparato despega y alcanza la velocidad de crucero. Cuando se apaga la señal luminosa, la ministra hace llamar a uno de sus colaboradores, que viaja en turista, para despachar unos papeles. El colaborador se introduce en primera clase –bandido- y entonces llega la azafata. Los viajeros de primera tienen derecho a desayuno, claro está, así que la ministra, que cuida su régimen, toma un café. Sin embargo, su acompañante -insisto, clase turista- acomodado donde no debía pide colación completa: zumo, croisant, café, mantequilla y mermelada. Viva muestra de corrupción de la clase política y del vergonzoso servilismo de la compañía Iberia, servilismo coronado por un comandante quien, finalizado el viaje, sale a despedir a la honorable 'miembra' del Gabinete Rajoy.

Sí, es coña. Que un colaborador que necesita despachar con la ministra pase a 'business' y se tome el croisant de los vips no es para rasgarse las vestiduras, aunque un servidor, ayuno aquella mañana, le diera mucha envidia.

Lo reseño porque es cierto que España ha vivido durante años una corrupción admitida con la que hay que cortar. Ahora bien, no se debe pasar de un extremo a otro del péndulo si no queremos caer en el ridículo. Ahora vivimos una etapa policial en que colamos un mosquito y nos tragamos un camello y en que las denuncias de corrupción no tienen por objeto la justicia sino la venganza, no persiguen sanear la vida pública sino eliminar al adversario.

Ejemplo: el miembro del CGPJ Gómez Benítez utilizó la lucha contra la corrupción para cargarse a su enemigo político y religioso, el juez Carlos Dívar. Pero, naturalmente, si con Dívar se exageró hasta la náusea y hasta la calumnia en el uso de los fondos para gastos de representación, ahora con toda lógica, la gente exige a los denunciantes, los progres del CGPJ, que sean investigados con idéntica saña. Y naturalmente, como era un ataque hipócrita, ahora los acusadores se las ven y desean para justificar sus gastos.

Gómez Benítez reclama ahora en defensa de su presunción de inocencia la misma medicina que le negó a Dívar: no se presta a informar sobre sus gastos y exige que si hay alguna sospecha se realice por vía institucional. Lo que él no utilizó dado que se fue al fiscal y a los medios. Ahora, en Santander, Gómez Benítez asegura que sobre él no pesa sospecha alguna… y es el mismo quien ha concluido quién es sospechoso de corrupción y quién no. Él eliminó a Dívar en nombre de la justicia; a él quieren eliminarle en nombre de la perfidia reaccionaria. Y claro está: no es lo mismo.