Sr. Director:

"Magos y brujos... ¿quién será el majo que haga desaparecer el hambre?". Por la boca muere el pez y los bocazas. Cuántas veces hemos leído y oído que erradicar el hambre del hombre, y hembra, es posible.

Sólo se precisa aquello que el cabizbajo mendigo, de rodillas en la calle, reclama cuando adorna las escaleras de los templos y las esquinadas aceras de los paseos, la voluntad. ¡Sí, simplemente es eso! Si simplemente es eso... ¿por qué no se consigue?, ¿qué y quién hay tras el problema?, ¿es sino sine qua non del sistema?, ¿qué hay hoy para comer?...

Ojalá esta última pregunta no fuera retórica para millones de personas. Tener hambre es justo el siguiente paso tras la digestión pero pasar hambre, y que no pase de largo es, a día de hoy y ante todo, toda una injusticia a digerir. Mientras un quince por ciento de la humanidad sufre esguince de estómago y se da de tortas para conseguir una "mijita" de pan, otros desayunan a cubierto y tenedor, comen menú a diario, meriendan antojos y cenan por aburrimiento, -un desequilibrio más entre la saciada sociedad de consumo y la de necesidades al descubierto-.

Para el Sr. Humano las necesidades primarias o fisiológicas deberían ser, por lógica mente, un derecho siempre y cuando y donde sea.

Alimento: al hambriento en cualquier momento. Vivienda: a quien haciendo, sin ser menda, pague su hacienda. Sanidad: a quien sufra mal el bien o bien el mal. Educación: desde el peor hasta al mayor.

Si esto tuviéramos claro... ¡claro!, la sombra del hambre no aterrizaría nunca más sobre los hombros de la Tierra.

Un hombre que pasó hambre ya dijo que la tierra debería ser para quien la trabajara pero sin contexto está claro que todo sirve o nada se entiende de veras. Sí creo en que la posibilidad debiera estar distribuída de tal forma que el hueco innecesario pudiera cubrirse siempre con la inmediata mano amiga o con el recurso de almacenamiento por esfuerzo y previsión.

Pero hoy ya nadie quiere acarrear con el gasto que generan los almacenes y la ayuda no es suficiente para paliar el hambre creado. Los excedentes se destruyen. Todo se fabrica para sólo un solo uso y si sobra sin sobre se sella. La cultura del usar y tirar y de la inmediatez nos está tirando por tierra el mal acogido síndrome de Diógenes. A veces hay que guardar lo innecesario y recoger lo que se encuentra, seguramente cada uno de nosotros recogeremos lo que estamos sembrando o dejando minar.

Quizás este tiempo que corre, vuela y pasa lento para muchos pobres hambrientos, sea el momento oportuno para "re-llenar" el armario de la cocina, ese que saca frío seco cuando lo abres, con fotografías del ya "icono-logo" del hambre: un negrito con el vientre inflamado. Seguro que cuando volviéramos a abrir nuestra siempre dispuesta y repleta despensa frigorífica, en lugar de sentir el frescor antídoto de nuestra saciedad sentiríamos el escalofrío de lo que continúa sucediendo en demasiados lugares del mundo: necesidad. Ni tercer mundo ni habitantes de segunda clase, todos merecemos, aunque no hayamos venido con un pan bajo el brazo, un trocito que llevarnos a la boca.

Medio mundo se pesa obsesionado cada mañana pisando suavemente la báscula para no aumentar la cifra de su calvario ni la curva de su acomplejada felicidad mientras el otro medio sólo piensa en lo cercano que le pisa el tedio y la escasez de alimento.

Como en cualquier película, el papel de reparto es primordial para que la trama cuaje, hasta que no se reparta el pastel, aunque la guinda no se muestre, o se enseñe a hacerlos, la calidad de vida de miles y miles de personas seguirá sufriendo malnutrición.

Si en este contexto fuera certero eso de..."muerto el perro se acabó la rabia" el problema ya no existiría pero el caso es que desgraciadamente numerosos habitantes del planeta continúan pasando más hambre que el perro de un ciego y ven como sin comer la muerte se les come. Y si fuera bien cierto que el hambre agudiza el ingenio, África sería rica, América menos seria sería y Europa empezaría a guardar la ropa antes de continuar su nado hacia la nada.

Cuando se junte el hombre con las ganas de comer y tome por los cuernos lo que sucede en el cuerno de África, podremos decir que... ha dejado de tener hambre de intereses y de jugar al comecocos.

Está visto que el hombre además de ser el único animal que come sin tener hambre, es también el único en tropezar, y no sólo dos veces, en la misma piedra. Posibilidad de erradicar el mayor error de la humanidad hay, voluntad... ¡ay, ay, ay, ay!

Oscar Molero Espinosa