Ha muerto el cardenal Ángel Suquía, antiguo arzobispo de Madrid y antiguo presidente de la Conferencia Episcopal Española. Como cabeza visible de la jerarquía, a Suquía se le recuerda por su famoso documento La verdad os hará libres, sentencia evangélica que el gran profeta Zapatero ha modificado dos mil años después, invirtiendo (a este chico le gusta mucho lo invertido) los términos para concluir que es la libertad la que nos hace verdaderos.

El caso es que La verdad os hará libres constituyó la primera denuncia de la corrupción moral en la Administración Pública. De hecho todavía no habían surgido ni los Filesa, ni los Roldan, ni los fondos reservados ni el caso AVE, ya estaban robando pero no habían salido a la luz. Sí, fue la Iglesia la primera en denunciar la corrupción moral reinante, y no nos equivoquemos: la corrupción moral no es más que las raíces y el tronco de donde salen diversas ramas, entre otras la corrupción económica.

En efecto si se niega cualquier verdad absoluta deja de tener sentido cualquier prohibición o cualquier norma ética o deontológica. No lo duden, el relativismo conduce al robo. Hubo uno que no puso en duda ni por un momento esta conexión, vamos, que se dio por aludido. A raíz de la publicación del documento Felipe González vetó la entrada en Moncloa de don Ángel Suquía.

Y no es que los tiempos hayan cambiado mucho, el felipismo descubrió que hay que llegar al poder para obtener el dinero. El zapaterismo mantiene el mismo espíritu de corrupción moral, pero con una variante más inteligente: no está obsesionado por el dinero, sino por el poder en sí. Copar todos los resortes de poder posibles es mucho más eficaz que utilizarlo para enriquecerse. Además los favores otorgados desde el poder político a los poderes económicos privados garantizan la gratitud de estos últimos para cuando llegue el triste día de abandonar el poder.

También fueron famosos dos documentos en forma de diálogo, obra asimismo del magisterio Suquía: 100 preguntas sobre el aborto y 100 preguntas sobre la eutanasia. No, no es de extrañar que a Felipe González le rechinaran los dientes cuando se mencionaba en su presencia al arzobispo del Madrid.

Porque la tarea de un obispo no puede juzgarse según sus relaciones con el poder político aunque la progresía se empeñe en ello, ¿Por qué Juan Pablo II sustituye a Monseñor Enrique Tarancón por Monseñor Angel Suquía? Por el informe de un sacerdote madrileño remitido al vaticano y en donde se describía el calamitoso estado de la iglesia madrileña posconciliar, de los últimos años setenta y primeros años ochenta. El seminario vacío y los nuevos sacerdotes colgando hábitos meses después de la ordenación.

Como se sabe los obispos piden el relevo llegada la edad de jubilación. Los maliciosos recuerdan que si el obispo es grato al Vaticano se le retrasa una y otra vez su pase al retiro. En el caso de Tarancón, el visto bueno se recibió a vuelta de correo.

Lo primero que hizo Suquía fue reordenar el seminario. Los aspirantes al presbiteriado ya no vivirían en pisos, al tiempo que se modificó todo su plan de estudios y de preparación para el sacerdocio que era, digámoslo pronto un desmadre en toda regla. Es sabido que la regla de oro, la ley inefable de la vida religiosa puede resumirse así: A mayor fidelidad al magisterio y a mayor rigor ascético, más vocaciones; a mayor tolerancia, apertura al mundo y menos sacrificio huída despendolada de seminarios, órdenes religiosas, movimientos eclesiales etc. Es una ley que no falla y que demuestra que la Iglesia es la antítesis del mundo.

Otra cuestión en la que Suquía el gran reformador del clero junto al también cardenal don Marcelo González Martín- es responsable es de detener el proceso de otorgar parroquias a las órdenes religiosas. El mundo moderno también tiene sus originalidades. Así, a lo largo de toda la historia de la Iglesia desde el mismísimo San Benito de Nursia, el clero regular ha sido quien ha tapado las vergüenzas del clero secular y ha tirado del carro de la ortodoxia. En el mundo moderno es justamente al revés. La crisis permanece en muchísimas órdenes religiosas mientras que es el clero secular y los llamados movimientos laicales (a veces muy poco laicales) los que dan el do de pecho. Y así como don Marcelo convirtió el desértico seminario de Toledo en el más pujante de todo el país, Suquía desperezó las ordenaciones en Madrid hasta lograr lo que es hoy: si no una diócesis modelo al menos una diócesis bastante ejemplarizante. Por cierto, como las comparaciones son odiosas pero muy esclarecedoras, resulta que a don Marcelo le echaron de Barcelona y a monseñor Carles le bloquearon la reforma del clero en la provincia catalana. Es decir, no fue posible realizar en Barcelona la tarea de don Marcelo en Toledo y de don Ángel en Madrid, hoy en día la diócesis catalana atraviesa una crisis en el estamento catalán de grandísimas proporciones.

Eulogio López