Percibo un sentimiento generalizado de que el siglo XXI es la primera vez en la historia en la que todos los hombres luchan por la paz, así, sin apellidos. Loable propósito que a todos debe concernirnos. Pero, como dicen los viejos del lugar, sinencambio, lo de la paz como objetivo universal del género humano, y en particular de la clase política, tiene ya más de un siglo. Estadistas y plutócratas son los más interesados en que haya paz, no en las personas, por supuesto (la paz interior hace gente libre capaz de enfrenarse al poder con el sosiego propio de los campeones), sino entre las sociedades, lo que podríamos calificar como paz externa o paz social.

Sin ir más lejos, cuenta el historiador José Luis Comellas, en su obra El último cambio de siglo (uno de los ensayos históricos más lúcidos que he leído en los últimos tiempos) que desde 1887 a la humanidad le dio por celebrar conferencias internacionales de paz. Las iniciativas surgían de lo que hoy llamaríamos sociedad civil, es decir, el poder económico mondo y lirondo, los millonarios. El ministro francés Leon Burgeois comentaba en una de estas reuniones que la paz es el final al que se encaminan los pueblos, y clamaba por el desarme general y por una sociedad de naciones sus deseos se verán incumplidos tras la I Guerra mundial la Sociedad de Naciones no lograría evitar la II GM.

La primera Conferencia Internacional de la Paz se celebra en La Haya, en 1899, y el zar Nicolás II hace gala de sus fervientes deseos de paz entre los pueblos. La segunda Conferencia es aún más exitosa, y en ella participan 44 países de Europa, Asia y América. Todo el mundo civilizado en pro de la paz. Por unanimidad, todos los firmantes, declaran a la guerra fuera de la ley, y se crea el Tribunal Internacional de La Haya para dirimir las diferencias entre naciones soberanas. En un ambiente de euforia de alcance mundial, los mandatarios se concentraron para reunirse en una tercera conferencia, en 1915, también en La Haya. Como recuerda Comellas, en 1915 no pudieron hacerlo, porque todos ellos se hallaban empeñados en la guerra más espantosa que recordaban los siglos.

Lo que añado a continuación, pude parecer ajeno a lo anterior: no lo es. El domingo una señora me comentaba que había dado a luz en una maternidad de Madrid. Me decía que en toda la planta, sólo había una española ingresada: ella. El resto eran hispanoamericanas, magrebíes, chinas, eslavas, etc. Afortunadamente, hay que decir, porque será la única forma de que la civilización occidental no muera por consunción. Además, cuando a una sociedad le falta vitalidad, simplemente es que está muerta. Estas madres inmigrantes podrán repetir en breve plazo la vieja soflama feminista: Nosotras parimos, nosotras decidimos. Y lo harán no como reclamación del aborto, sino como constatación de un hecho : son sus hijos los que decidirán el futuro de España y de todo occidente, por la simple razón de que serán nuestros únicos descendientes.

Y una sociedad muerta, que se niega a tener hijos, es una sociedad condenada al enfrentamiento, en primer lugar por una falta de recursos humanos productivos como ven, hasta ahora me mantengo en el más estricto código materialista- , por la obligatoria merma en la solidaridad intergeneracional (no hay jóvenes suficientes para las pensiones de sus mayores), por la necesidad de reducir las prestaciones públicas por falta de medios, y estoy hablando de sanidad y educación, por decir algo. Pero, con todo, lo peor es la podredumbre moral de una sociedad que se cierra a la vida, la primera entre las degeneraciones morales posibles, que, además, aplaude los planteamientos homosexuales, es decir, el método más eficaz contra la procreación y el atentado más directo contra la familia.

Conclusión: Occidente, con una degeneración permanente contra la familia y la vida, lo que a su vez provoca una especulación rampante en todos los mercados financieros, y con unas insultantes diferencias de riqueza ente el norte y el sur, está llamado a la guerra. Siempre ha ocurrido así en la historia de la humanidad: la situación no deja de empeorar hasta que se produce un estallido bélico : dolor, sangre, y vuelta a empezar. De alguna forma, el estallido ha comenzado, porque el terrorismo, como recuerda Felipe González, es el nombre de la III Guerra Mundial. Pero probablemente no ha hecho más que empezar. La razón la tienen en esa maternidad madrileña: Occidente ya no es capaz de enseñarle nada al mundo. Tras la II Guerra mundial, Occidente, especialmente Europa, le enseñó al mundo lo que era la solidaridad. Creo el Estado del Bienestar, una generalización, sin duda alguna, que sólo exigía una condición: hijos. Cuando esa condición se ha incumplido, Occidente no tiene ya ni fuerzas para defenderse de las agresiones ni capacidad creativa para guiar al mundo. Es más, es Europa la que es guiada por un mundo que no ha renunciado a lo que Quino, el autor de Mafalda, calificara como producción hijícola.

¿Es evitable esa violencia la que estamos abocados? Sí, por supuesto. Pero, por de pronto, pero tenemos que cambiar mucho. Y el termómetro será el aumento de la tasa de natalidad y que se empieza a valorar cada vida, a cada persona, por encima de cualquier otra consideración. De otra forma, habrá guerra.

Eulogio López