Sr. Director:
Que un cura se atreva a hablar de pecado, incluso dentro de un templo, es exponerse a la chirigota pública apenas se enteren los vigilantes de lo políticamente correcto.


Yo sé de curas que solo hablan de "errores" o, como mucho, faltas que no tienen importancia porque, a fin de cuentas, Dios es grande y lo perdona todo.

De modo que nada tiene de extraño que si un obispo tiene la osadía de señalar como pecado algún comportamiento que ofende la ley divina, en especial la practica homosexual, el aborto, las borracheras o la corrupción de menores, ya sabe lo que le espera: la lapidación mediática por parte de los nuevos sayones del laicismo.

Es lo que le ha pasado al bueno del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Reig Plá, con su ya famosa homilía del Viernes Santo que casi nadie ha leído pero que todo ese mundo de la ortodoxia laicista ha sacado de contexto para convertirlo en un nuevo Esteban.

Pienso que en este caso es la libertad, una vez más, lo que está en juego. Y nos corresponde a quienes creemos en la democracia defenderla para preservarla de la contaminación liberticida, otro pecado… Como guinda de mi reflexión, sin necesidad de llamar cobardes a quienes no se atreven a criticar con el mismo rasero a creyentes de otras religiones, me arriesgo a preguntarles: ¿por qué atacan a quienes predican paz y perdón en nombre de quien murió por los pecados del mundo para liberarnos de la muerte?

Acaso sea porque, como ha demostrado la historia, es más fácil matar a un cura, expulsarlo o meterlo en la cárcel que matar, encarcelar o expulsar a Dios, aunque se haya proclamado mil veces que Dios ha muerto.

Jesús Martínez Madrid