Insisto: el que no ve la persecución contra la Iglesia es porque no quiere verla: ataques a la iglesia en Egipto, en Pakistán, en la India, en China.

En el Tercer Mundo son ataques directos: asesinatos, violaciones, quemas de conventos. Como la España de la II República, por ejemplo, mientras los líderes europeos cierran el pico, contento uno por la colleja al cura, indiferentes otros. En el área OCDE, el mundo rico, casi coincidente con el Occidente cristiano, la persecución adopta formas más civilizadas, es decir, menos feroces pero más peligrosas. Se trata de asfixiar a la Iglesia y marinarla, sacarla del foro público y reducirla a la conciencia personal de la gente. Se trata, sobre todo, de condenarla al silencio.

Ahora bien, la cristofobia en Occidente no termina ahí: una vez que el laicismo, por ejemplo de nuestro querido Zapatero, decreta que la religión debe circunscribirse al ámbito de la conciencia, se da un paso más: se trata de anular la conciencia mediante una labor legal, consistente en eliminar el derecho a la objeción de conciencia -caso de los farmacéuticos y la Píldora del Día Después (PDD). A esa labor legal se une el borreguismo social de lo políticamente correcto, donde se impone la norma de que un católico es un bicho tan raro que no puede realizar determinados oficios o tareas modernas y progres. Verbigracia: el juez Ferrín, cuando el inefable presidente de la jurisprudencia murciana, Martínez Moya, le espetó que un católico no puede ser juez de familia. A lo mejor tenía razón porque, en efecto, el actual derecho de familia es un derecho contra la familia, pero no cabe mayor discriminación que ésta: si eres católico tienes vedados un montón de cargos, tienes vedada tu capacidad de influencia y, en especial, tienes vedada tu libertad de expresión.

No exagero nada: si te atreves a criticar la homosexualidad (ojo, aunque lo hagas con todo el respeto a los homosexuales) eres un homófobo y por tanto, debes ser condenado en los tribunales. Si te opones al condón, estás provocando muertes por sida, ergo debes ser lapidado. Y en resumen: si crees en algo estás atentado contra la tolerancia y faltando al respeto a los agnósticos o simplemente a los que no han llegado a conclusión alguna, luego debes ser castigado. En definitiva: puedes ser cristiano mientras lo mantengas en secreto, mientras seas un cristiano clandestino.  

De esta forma tan ricamente, puedes convertir una democracia en una dictadura de hecho. No es de extrañar que los obispos europeos hablen de persecución. La persecución abierta de Oriente es más clara por señalable; la de Occidente es más puñetera, por más hipócrita.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com