La situación presupuestaria europea se ha vuelto casi imposible. El problema que nadie se atreve a mencionar es la crisis demográfica. Con natalidad recortada y mortalidad alargada, el sistema público de protección social hace aguas. Los ancianos no sólo cobran pensión de manera vitalicia, sino que consumen recursos sanitarios. Y eso está bien, sólo que hay que pagarlo, y no hay una base piramidal capaz de soportar ese lastre.

 

La propuesta catalana del céntimo sanitario trata de paliar el elevadísimo déficit de una Sanidad que, sin embargo, no oferta un nivel de calidad occidental. La vecina comunidad aragonesa se sumará también al alza fiscal del crudo, cuando la OPEP vuelve a recomendar a los países consumidores el recorte de la fiscalidad indirecta.

 

Y, en este entorno, los vecinos franceses proponen cobrar un euro por la visita médica. Se trata de un precio simbólico que no elimina la universalización y gratuidad de la prestación sanitaria, pero, probablemente, reduzca las visitas no necesarias. El "euro sanitario" ya fue propuesto por el denostado profesor José Barea en su etapa de director de la Oficina Presupuestaria. Los socialdemócratas de todos los partidos se le echaron encima acusándole de querer convertir la Sanidad en una prestación económica. Resulta curioso comprobar cómo, años después, la mayor socialdemocracia institucional del mundo corta y pega el modelo Barea.