El duelo fue interesante. La corresponsal de Financial Times en España le preguntaba y acosaba- al presidente de La Caixa, Ricardo Fornesa, durante la presentación de los resultados de la primera caja de ahorros del país (y primer grupo industrial), correspondiente al ejercicio 2004. La periodista afirmaba que lo de La Caixa, se mirara como se mirara, era un blindaje. Su argumentación no tenía muchos perfiles: Nadie puede comprar La Caixa, pero La Caixa puede nombrar presidentes de grandes empresas en las que posee un paquete significativo de acciones. Eso, en un mundo global, es un blindaje, respondió.

Fornesa es hombre de pocas palabras, aunque bastante contundente. Habló de hipocresía, en quienes se vuelven contra el nacionalismo económico, más bien empresarial, para luego defender con uñas y dientes la nacionalidad de sus empresas estratégicas. Fornesa recordó que todo el mundo quiere mantener el centro de decisión (de inversiones), pero no sólo lo quiere el Gobierno, lo quiere la ciudadanía. Veríamos qué dirían los ingleses argumenta Fornesa, en relación al Abbey y al Santander- si en lugar de comprarles su quinto banco, le compran el primero o el segundo.   

Franceses y alemanes saben que las decisiones de inversión se toman en el país donde se reúne el Consejo de Administración, y donde sus miembros son susceptibles de ser presionados por los Gobiernos, los sindicatos y, sobre todo, por la ciudadanía.

Al final, Fornesa concluye que lo que molesta de las cajas de ahorros tenedoras de industrias no es su naturaleza jurídica, sino el hecho de que las cajas compren con eficiencia e impidan la entrada de multinacionales más deseosas de la cuota de mercado que representa la compra, que de invertir en producción e investigación en la empresa adquirida.

También podía haberse utilizado un argumento que no deja de ser la otra cara de la misma moneda: Las multinacionales exigen neutralidad a los Gobiernos y a los sindicatos, así como el abatimiento de todo tipo de fronteras... para después aprovecharse de los salarios de miseria del Tercer Mundo y comenzar un proceso de deslocalización.

A 31 de diciembre último, La Caixa representa el primer grupo industrial español, que vale 11.650 millones de euros, y que tiene por buque insignia a Repsol YPF, Gas Natural, Telefónica, Endesa, Abertis y Agbar.  Las plusvalías, contando sólo las sociedades cotizadas, se elevan a 7.900 millones de euros.

Pero no sólo eso. Para los críticos de la banca industrial, resulta que han sido esas participaciones las que han salvado el ejercicio de la caja. No nos engañemos, La Caixa sufre de crecimiento, de expansión. Ha salvado el ejercicio gracias a que no remunera los depósitos y a que ha subido las comisiones. La Caixa de hoy se parece al Banco de Vizcaya de Pedro Toledo, o al Santander de los años noventa que exprimía demasiado a los clientes. El director general, Isidro Fainé, asegura que cada minuto La Caixa gana 7 clientes y pierde 3. Pero eso es demasiada rotación.

Así que, la cuenta de resultados la salva las denostadas participaciones industriales. Así, si al margen de intermediación se le restara el incremento por dividendo (134 millones de euros), habría decrecido respecto a 2003. Eso por no contar  la puesta en equivalencia.

En definitiva, La Caixa crece a fuerte ritmo, porque no tiene otro remedio que crecer a fuerte ritmo. En ese crecimiento, sus participadas no son una rémora, sino todo lo contrario.