Después del varapalo de ayer del Fondo Monetario Internacional, y tras ser señalados como los tontos de la clase y rémora de la Unión Europea, cabe la posibilidad de que un presidente del Gobierno dimitiera de su cargo.

Pero ese no es mi ZP: el presidente asegura que tiene que quedarse para poder salvarnos. Porque si no nos saca de la crisis él, que es quien nos ha metido: debemos perder toda esperanza.

El cinismo presidencial produce risa en un primer momento, luego produce otras reacciones que, por evidentes, no vamos a reseñar.

Porque lo preocupante no es que España, que no provocó la crisis, la esté sufriendo mucho más que cualquier otro debido a una política económica que no puede ser más desastrosa y arruinadora. No, lo peor es que no se vislumbran ni la menor autocrítica por parte del Ejecutivo Zapatero. Todo lo contrario, la actitud de los ZP, De la Vega, Salgado, Corbacho y compañía es la de que menos mal que están ahí porque, de otra manera, nos hundiremos todavía más (lo cual es imposible, salvo que nos dedicamos a escarbar desde el fondo).

Y no hablamos de ceder el poder a la derecha: hablamos, por ejemplo, de que ZP ceda el testigo a otro socialista, más capaz. Mayoría parlamentaria para refrendarlo tiene, o al menos, la ha tenido hasta el momento.

Y justo cuando resulta más palpable el enrocamiento presidencial, cuando sólo Moratinos y Pajín parecen no ver el fracaso aparece en escena Felipe González, con la grosería y la lucidez, todo a un tiempo, de los presidentes retirados. La crónica de Reuters desde El Salvador debe leerse con calma, al igual que la que figura en la página de la cadena COPE. No, la crisis no ha concluido, y experimentos de mezcolanza entre especulación capitalista y subvenciones estatales no nos conduce sino a una nueva crisis. Lo que está claro es que FG sí ha entendido la crisis, ZP no.

Sólo una precisión a González: a los bancos no hay que pedirles que sean sensatos porque sensatez y banca es como progre lúcido: una contradicción en origen. A la banca hay que obligarle a no especular. A mí no me gustan los impuestos, pero no conozco otra forma de detener al especulador que con impuestos, es decir, metiéndole la mano en su órgano más sensible: la cartera.

O sea, tasas Tobin.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com