Conste que al nuevo embajador de España en El Vaticano, Francisco Vázquez, aún no me atrevo a asignarle el calificativo de practicante no creyente, que tan bien le sienta a su correligionario José Bono. Es que Vázquez, al revés que Bono, se ha ganado las iras de todos sus compañeros por defender algo mucho más importante que la unidad de España, como es la vida del no nacido y la familia natural, formada por hombre y mujer.

A fin de cuentas, esas dos cuestiones son, precisamente, las que Benedicto XVI, con esa claridad no ofensiva y esas síntesis prodigiosa con las que se expresa -el periodismo ha perdido un puntal cuando Joseph Ratzinger se nos metió a teólogo, ¡Dita sea!- se encargó de recordarle al Gobierno Zapatero su política homicida en la vida y destructiva del amor humano, así como su intento de alejar a Cristo del foro público, especialmente de los niños.

Vázquez estuvo en su papel, porque, aunque aún no comprendo como concilia su pertenecía a un partido como el PSOE de Zapatero, que ha hecho de su odio a la Iglesia una de las columnas de su mandato, con su catolicismo militante. Por el momento, sólo le ha servido para que sus correligionarios que manifestaban hacia él una aversión sólo explicaba por su firme postura en defensa del más débil las mayores lindezas contra un compañero en el PSOE no las he oído respecto a Bono, sino respecto a Vázquez- le envíen a templar gaitas en calidad de embajador ante El Vaticano.

Pero al guiso le faltaban unos minutos. Una vez llegó el director de Benedicto XVI, jamás ofensivo pero siempre demoledor-, unos de esos golpes que recuerda que la firmeza no está reñida con la claridad, y que la coherencia no puede ceder ante la diplomacia, la respuesta al Papa no llegó desde Roma, sino desde don Fernando Moraleda, portavoz del Gobierno y hombre acomodaticio a todas las situaciones, más conocido por Goebelinez, porque a la hora de encorsetar la realidad en palabras, sólo el secretario del PSOE, Pepe Blanco, o el titular de Interior, Alfredo P-punto Rubalcaba, pueden superarle.

Moraleda es un personaje singular, típico producto de una época. Es decir, es un personaje empeñado en borrar su pasado juvenil, cosa harto difícil, porque es conocido que el niño es el padre del hombre. Así, el pasado sindical de D. Fernando le ha servido para saber que la información no sólo es poder, sino que, en la sociedad de la información, el silencio es la muerte, un sindicato vale tanto como su capacidad de proyección mediática. Y lo mismo ocurre con la Asociaciones. Una asociación marginal, sin afiliados, sin cuerpo, pero al que se le ponga un micrófono cada vez que quiere decir algo, por muy tonto que sea, vale millones. Pues bien, como secretario de Estado de Comunicación, D. Fernando tiene ese micrófono. Fíjense si será consciente de ese poder, que lo primero que hizo al legar a Moncloa fue suprimir a la prensa electrónica de la Agenda de la Comunicación de Presidencia del Gobierno. Ya saben: no me gusta la prensa digital, pues voy a hacer que desparezca del mapa oficial. O sea, ponerle sordina, porque, y esta es la conclusión final, en la sociedad de la información, al que no hace ruido no es que no pinte nada; es, sencillamente, que no existe.

Pero a lo que estamos Fernanda, que se nos va la tarde. Puestos a enmendar, Moraleda enmienda hasta a Su Santidad. Así, cuando Benedicto XVI, aprovechando la presentación de Cartas Credenciales del embajador de España ante la Santa Sede, D. Francisco Vázquez, ejerce su función y recuerda al susodicho que un Gobierno no puede atentar contra la familia ni contra la vida, que es lo que está haciendo el Gobierno Zapatero, D. Fernando, convoca a la canallesca para establecer, desde el diálogo y el talante, una especie de reglas del juego en las relaciones entre la Santa Sede y el Estado español. Pero Fernando, prenda, ¿quién te ha dado vela en este entierro? No respondas, es una pregunta retórica. Conocemos la respuesta: te la ha dado don José Luis Rodríguez Zapatero. Es el sistema más habitual para insultar al adversario, en este caso al Pontífice: se trata de que los golpes más crudos, más vulgares, ajenos al espíritu dialogante y al talento propio de la primera autoridad política del Reino. En otras palabras, que para responder al Papa no habla del Presidente del Gobierno, ni la vicepresidenta, ni un ministro, ni el presidente del parlamento. No, habla el secretario de Estado de Comunicación, una manera muy democráticamente de insultar al Papa. Como han visto, el señor Zapatero ni ha respondido.

¿Y qué dice? Tontunas, pero eso no es porque se trate del secretario de Estado de Comunicación, sino de Fernando Moraleda.

Eulogio Lopez