A pesar de ser mi esposa, Juana Samanes es la mejor crítica de cine de España y, además, lo ha dicho de madre: ¿Adónde nos llevará que intenten, desde niñas, vendernos que las mujeres somos casi perfectas?

Se refería a la nueva película de la fábrica Disney pero podría aplicarse a tantas películas, series de TV (el teatro de hoy en día, es decir, el género más influyente de la historia de la humanidad) que nos presentan a las mujeres como a espíritus arcangélicos a la vez que bellamente corpóreos siempre guiados por las más sanas intenciones.

Muy cierto, nada hay más destructivo que el elogio, por lo que los hombres inteligentes resoplan al contemplar el panorama y sólo los tontos y los aprovechados siguen la corriente políticamente correcta. Lo mismo sucede con las mujeres: las listas no se lo creen y las idiotas desarrollan la filosofía feminista, que puede resumirse en un solo mandamiento: bueno es aquello que hace la mujer; malo, malísimo, lo que perpetra el varón.

La mujer no es el sexo débil porque tenga menos fuerza física que el varón. Es verdad que la fuerza bruta siempre será un elemento a tener en cuenta en las relaciones humanas pero no lo es menos que, a medida que una sociedad avanza tecnológicamente, la fuerza bruta tiene menos importancia. Incluso en materia de violencia. Antes, los ejércitos querían contar con soldados fornidos, clave de la victoria. Hoy el soldado más mortífero es aquel que aprieta el botón del misil atómico, que hasta la fuerza de un niño podría guiar.

Lo mismo ocurre con la competencia económica. Los braceros ya no suponen la clave económica como la tierra no es el activo más valorado. El trabajador mejor pagado no tiene por qué ser el que exhibe un bíceps más potente.

De hecho, el llamado movimiento de liberación de la mujer no es la labor romántica ni la epopeya de un selecto grupo de heroicas pioneras. La liberación de la mujer hubiera llegado, con ellas o sin ellas, por mor del avance tecnológico, el único progreso lineal de la humanidad. No hacían falta las sufragistas.

Es más, la única marginación de la mujer frente al varón en cualquier campo político social o económico que sobrevive es la maternidad. Si se contempla el mundo como una batalla de competencias, como un enfrentamiento permanente, entonces, en efecto, la mujer está marginada por su maternidad y por nada más. Y no la margina el varón, sino la naturaleza. Algunos pensamos que la maternidad es una grandeza, además de una discriminación pero si planteamos la vida como una batalla por el poder, en efecto la maternidad supone una discriminación -insisto, la única- de la mujer.

¿El machismo consiste en considerar tonta a la mujer? No me parece importante. ¿Inteligencia? A la mujer moderna, inoculada de virus feminista, le fastidia más que le llamen tonta a que le llamen fea. Sin embargo, nadie sabe en qué consiste la inteligencia. De la inteligencia puede decirse lo mismo que San Agustín del tiempo: Si me preguntan qué es, no lo sé, si no me lo preguntan, entonces lo sé. En cualquier cosa sólo los tontos están pendientes de su nivel de inteligencia o de las muchas inteligencias que sospecho existen.

Volvamos al elogio continuo, la mermelada eterna que se derrama sobre las mujeres. Esto sí constituye un peligro, porque, si bien no sabemos en qué consiste la inteligencia, sí sabemos que el ditirambo entontece y convierte al elogiado en un bobo solemne que exige el trato que le corresponde a un rey, en una continua cultura de la queja. ¿Les suena?

Esto es especialmente cierto en las féminas, un sexo con grandes tendencias virtuosas -por ejemplo, la creatividad-, la que la mencionada maternidad constituye la prueba más elevada.

No, la mujer no es el sexo débil porque sea físicamente más débil. Por ejemplo, es más resistente y sufrida que el varón, que representa otro tipo de potencia física distinta.

Sin embargo sí hay algo en lo que la mujer sí puede considerarse el sexo débil frente al varón: no se trata de que tenga el brazo más corto sino de que necesita la estimación ajena. Nótese que esta debilidad constituye al tiempo una virtud, que algo tiene que ver con la caridad -es decir, con el amor- pero de hecho le hacen más vulnerable.

Pero la solución está, como siempre, en el amor, la entrega, la donación, el compromiso, no en el ditirambo bobalicón de los políticamente correctos, es decir, en películas como las descritas por Juana Samanes, en las que el sexo femenino es compendio de todas las virtudes y el masculino de todas las necedades. Sobre todo porque es falso y las mentiras, no conviene olvidarlo, tienen las patas cortas. Si encima la mentira es alabanza permanente, se corre el riesgo próximo de idiocia.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com