Los ministros juran o prometen -a elegir- su cargo ante un Crucifijo y una Constitución. Un juramento es un compromiso en el que se pone a Dios por testigo. Si no crees en Cristo puedes perjurar pero no jurar. Lo lógico es prometer el cargo.  

Con la misa o cualquier otro acto de liturgia católica ocurre lo mismo. Insisto: Juan Carlos I (en la imagen) comenzó su reinado con una Eucaristía, la famosa celebración oficiada en los Jerónimos por el cardenal Tarancón.

Oiga y esto en regímenes aconfesionales. Ejemplo: el agnóstico presidente de Francia, François Hollande, y el anglicano con dudas (según propia declaración) primer ministro británico, David Cameron, el primer ministro francés, el también agnóstico y masón, Manuel Valls, han participado en actos religiosos, con motivo del desembarco en Normandía. Y nadie se ha escandalizado de nada. Y es que España es más cristiana y más cristófoba que Francia o Reino Unido.

Felipe VI no quería ceremonia católica, pero ahora se lo está pensando. Porque claro, sería el primer Rey de España, un país incomprensible sin el catolicismo, que ni participa en una Eucaristía de inicio del reinado ni jura ante el Crucifijo su cargo como Rey.

En cualquier caso, jurar es, según el diccionario de la Real Academia Española: "Afirmar o negar algo, poniendo por testigo a Dios, o en sí mismo o en sus criaturas". Si usted, alteza, en breve Majestad, no quiere poner por testigo a Dios, lo mejor es que prometa el cargo. No es una cuestión de protocolo público sino de conciencia privada. La suya, Majestad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com