Ya expliqué que, en mi opinión, en el caso de Gallardón contra Jiménez ambos deberían ser condenados. Ahora bien, nada sospechoso, como soy, de formar parte del club de fans del lenguaraz locutor, me da la impresión de que -por pura casualidad, naturalmente- se ha emitido una sentencia no sólo injusta, sino también peligrosa.

Como siempre, don Federico utilizó para insultar al alcalde de Madrid, no un juicio de valor, sino un juicio de conciencia, de conciencia ajena. Según costumbre, puso en duda la rectitud de conciencia del aludido, en concreto acerca del 11-M. Y cuando se pone en solfa la rectitud de conciencia del contrario es cuando el debate se convierte en batalla. El ser humano puede soportar cualquier crítica, menos la que pone en solfa su bonhomía. Porque es lo que diferencia la crítica de la injuria. Esta es precisamente, la degeneración de la libertad de expresión en el momento presente: muchos prefieren ser tildados de malos que ser tildados de tontos. Pero, hasta ahora, cuando alguien te calificaba de incapaz te molestaba, pero lo que te hería era ser tildado de hipócrita, de embustero. Ahora, cuando la inteligencia -aunque nadie sepa lo que es- se valora más que la bondad, el mayor insulto es que te tilden de tonto. Ergo, lo que cabrea de Losantos es que pone en duda tu sinceridad, tu rectitud de intención, tu honor.  

En el otro extremo del ring, Gallardón, eximio representante del país del melodrama, en el que nadie renuncia a la puesta en escena, montó su habitual numerito, en el juicio y tras la sentencia. En el juicio se rasgó las vestiduras aludiendo a su chófer, que tanto había sufrido el 11-M, pues se pasó el día pendiente de si, entre las víctimas, figuraba una hermana suya. La historia de la hermana del chófer del señor alcalde pasará la historia del melodrama judicial español con medalla, por lo menos, de plata. Conocido el fallo, don Alberto se congratuló de que -pobriños- los políticos tuvieran el instrumento de los tribunales para saldar cuentas con lo que les zahieren.

Es peligroso que un político lleve a los tribunales a un periodista: porque el político posee, para defenderse, las mismas armas de un periodista: la palabra y el amplificador. Jiménez tiene el micrófono de la COPE y Gallardón no tiene más que convocar una rueda de prensa o acceder a una entrevista para despacharse a gusto. No necesitaba ir a los tribunales, que son coercitivos. No discuten, condenan. Con una acusación ante los tribunales por derecho al honor no se pretende restaurar el honor -que presuntamente ya está perdido- sino fastidiar al prójimo. Por eso, la calidad de un hombre en la vida moderna, donde todo se solventa en los tribunales, puede medirse hoy por el número de querellas, denuncias y demandas presentadas. Cuantas menos haya interpuesto, de mejor persona estamos hablando.

Coherencia, señores: a Federico hay que echarle de la emisora confesional, dado que no se produce el hecho lógico: que él mismo abandone por incoherencia con el ideario de la emisora que le paga.

A Gallardón, arquetipo de político que provoca escándalo por su... incoherencia hay que echarle de los templos, a los que tan aficionados es, sobre todo en aquellas fiestas litúrgicas multitudinarias donde puede captar votos -como la Festividad de La Almudena, por ejemplo- y donde le gusta leer bonitos sermones sobre la fervorosa santa Fraternidad. A Gallardón, siento decirlo, hay que negarle los sacramentos, como hacen los obispos norteamericanos con los políticos estadounidenses que defienden el aborto o el gaymonio. Son muy libres de hacerlo, pero no como católicos.

Por tanto, ¿la sentencia contra Jiménez es injusta? Sí, es injusta. ¿El estilo periodístico de Jiménez es injusto? Sí es injusto. No es ironía, es sólo sarcasmo, que une a la ofensa la ridiculización de la víctima. Otrosí: ¿Es injusto que Gallardón utilice a los tribunales contra Jiménez? Sí es injusto. Para mí, deberían ser condenados los dos: a volver a la Fiscalía el uno y a la enseñanza el otro. Ambos harían un gran favor a la España que dicen servir, aunque no a su fiscalía ni a su sistema educativo.

Por cierto, que no deja de tener gracia que muchos de los seguidores de Federico Jiménez Losantos también alaben a  la diputada Rosa Díez. Son ese grupo de españoles que piensan que, si echamos a ZP de la Moncloa, España se recristianizará como por ensalmo. Digo que tiene gracia porque, recuerden, fue Díez una de las primeras en inaugurar la moda de la utilización de los tribunales contra los periodistas por los políticos, cuando siendo consejera de Turismo del Gobierno vasco denunció al humorista Mingote por una de sus viñetas.

Ahora toca aprender de esta injusta sentencia, bajo un sencillo principio: nadie da lo que no tiene. Por tanto, Jiménez, que no tiene fe, debe salir de la COPE y los obispos deben dejar la emisora en manos de periodistas y gestores católicos. Al mismo tiempo, Gallardón debe salir de los templos, porque es anticristiano en pensamiento y en ejecución. Mientras siga casando gays y repartiendo píldoras postcoitales -abortivas- entre los adolescentes madrileños, el señor alcalde debería considerar que no puede titularse cristiano, sino anticristiano. Ojo, los obispos no deberían echar a Federico ni detener a Gallardón: deberían ser los propios aludidos quienes, ‘motu proprio', por autenticidad, por coherencia personal, lo hicieran, pero me temo que no tienen el valor necesario para ser coherentes. Se encuentran muy a gusto en sus respectivos cargos.  

Eulogio López

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