Sr. Director:

Tras la curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-41), los fariseos tuvieron un encuentro dramático con Jesucristo. El evangelio dice así:

Algunos fariseos que estaban con él le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos?
Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: Vemos vuestro pecado permanece

El pasar de los siglos nos ha demostrado, en innumerables ocasiones, que todavía hay muchos fariseos que carecen de visión alguna para interpretar lo que pasa en el mundo y sobre todo lo que pasa en la Iglesia.

Con Juan Pablo II estos ciegos nos mostraron, unas veces, a un Papa que era líder social y llamado a salvar, exclusivamente, el problema del hambre y de la injusticia social. Solían, asimismo, catalogar al Papa dentro de ciertos estereotipos como los de conservador, tradicionalista, populista...

Estos ciegos parecían ser los profetas del tiempo, que enviados por no sé qué dios, tenían la capacidad de ser los únicos en juzgar lo que hacía o decía del Santo Padre. Cuando el Papa era tajante en ciertos temas de fe, y sobre todo de moral, veían en él no a un Pastor que guiaba a las ovejas de su redil por el buen camino de la salvación, sino que, por el contrario, veían el retorno a de un inquisidor absolutista y, ciertamente, intolerante.

Tampoco fueron capaces de leer completamente un documento oficial del Santo Padre e hicieron llegar a la opinión pública mezquindades y coyunturas irrelevantes y, en ocasiones, periféricas de lo que el Papa afirmaba o juzgaba. ¿Cómo explicarnos de otra manera aquella manifestación de desagrado de cierto gobierno democrático al afirmar que el Papa les había culpado de promover una sociedad priva de libertad, cuando el Santo Padre simplemente constataba que la sociedad de dicha nación iba siendo cada vez más materialista?

Repitieron, también, hasta la saciedad que el Papa tomaba sus decisiones empujado por ciertos grupos de influencia de la Curia. Así no mostraron a una Iglesia que, más que una obra de Dios, parecía un mercado de libre comercio, donde el más fuerte y astuto para «convencer al Papa» era quien se llevaba las de ganar.

Una mirada fija y profunda en la historia y en los hechos, en vez de la que superficialmente procuraron estos ciegos, por el contrario, nos hacen ver el Pontificado de Juan Pablo II como uno de los más ricos en la historia. Además de sus innumerables viajes, tanto fuera como dentro de Italia, el Papa polaco nos ha dejado un inmenso acervo de documentos, orientaciones y respuestas para las cuestiones en boga de la actualidad. Ahí está la Evangelium Vitae sobre el valor de la vida; ahí está la Fides et Ratio sobre la relación de fe y razón; ahí está, también, el Catecismo de la Iglesia Católica, por mencionar algunos.

Ahora, con Benedicto XVI nos encontramos con un Papa humilde, súmamente inteligente, e incluso humanamente algo tímido pero siempre cordial y atento a los demás, que ha sabido, desde el inicio, ganarse el corazón de los católicos. Él, nos ha pedido sus oraciones para perseverar en su misión. Él, se considera uno más entre nosotros. Él, nos dijo en la homilía del inicio solemne de su pontificado, que era una oveja más del rebaño y nos pidió que le ayudáramos a protegerle de los lobos.

¿Cuáles serán esos lobos a los que el Papa se refería? ¿No serán, acaso, los ciegos que juzgaron con ojos mezquinos el pontificado de Juan Pablo II?

Alberto Redondo

aguemez@arcol.org