Nadie como Chesterton ha desmenuzado la llamada crisis de la familia, y lo ha hecho bajo una definición del matrimonio que va mucho más allá de los millares de definiciones que se han pensado durante siglos sobre el amor, la pareja, el matrimonio o la familia. Todas ellas están englobadas en la genialidad de Chesterton, el hombre que sabía definir, de la siguiente guisa: ¿Qué es el matrimonio? El matrimonio -responde- es un voto. Lo que ocurre -asevera don Gilbert-, es que la modernidad ha perdido el sentido del voto.

Por eso, la redicha modernidad no puede entender, no lo entenderá nunca. Por eso, por ejemplo, el progre piensa que la promesa matrimonial es esclavitud y el divorcio libertad, cuando se trata justamente de lo contrario.

Intentaré explicarme de la mano del propio maestro y por analogía. Lo que quiero decir tiene algo que ver con aquel ejemplo que nos ponían los viejos maestros -¿Qué ha sido de los viejos maestros?- sobre la libertad: la libertad no se nos da para guardarla, sino para gastarla (en lenguaje financiero diríamos para ‘invertirla', pero mucho cuidado con el metalenguaje financiero: tiene más trampas que un teatro chino). El chaval verdaderamente libre es aquel que gasta su paga semanal, no el que la ahorra, porque el que la gasta la disfruta, mientras que el idiota que la ahorra no es más que un esclavo del banquero o un avaro mezquino y pusilánime con el calcetín relleno, siempre pendiente de la inflación. Lo mismo ocurre con la libertad: aumenta cuando se vive, cuando se gasta.

Intentemos acercarnos a la idea chestertoniana del voto y el compromiso como garantías de la libertad individual con sus propias palabras. Para el inglés, la modernidad le ha dado la vuela a la libertad hasta el agresivo punto de prohibir el voto, el compromiso, la autolimitación. El progre de Chesterton lanza acusaciones como las siguientes: "Esos irreductibles fanáticos rehusarán darme cristiana sepultura, porque siempre rehusé que me bautizaran". O bien: "Mis enemigos se niegan a proclamarme rey, despechados porque soy ferviente republicano". Y más: "Tan predispuestos están contra el abstemio que se niegan a darle un vaso de coñac".

Para la modernidad, el hombre debe poseer todas las libertades, salvo la libertad del voto, la libertad de renunciar a su libertad. Muy propio de la modernidad para la que nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Nada es verdad... salvo precisamente eso. Que pueda haber algo verdadero y, por ende, algo falso.

Ahora bien, si el hombre no puede usar su libertad para comprometerse, para ejercer un voto: ¿para qué habría de utilizarla? Lo único que puede hacer con ella es lo mismo que el especulador con su dinero: intentar que no se deprecie sin disfrutarla jamás. Por eso, las leyes divorcistas no ofrecen libertad, sino respetabilidad social a quien no ha sabido mantener su voto, su compromiso, su entrega. En definitiva, a quien ha fracasado en su proyecto vital.

Este es el mal de la familia moderna, y por eso está hecha unos zorros. Porque el hombre ha perdido el sentido del voto, que es el sentido de la libertad. Lo demás, es retórica televisiva, algo menos que nada. Que la libertad está para gastarla, no para conservarla en formol.

Ahora bien, los problemas no terminan ahí. Sigamos a Chesterton: "La consecuencia del divorcio frívolo es el matrimonio frívolo", algo que el británico le recuerda aquello de "se busca esposa que haga juego con el mobiliario". Esto me recuerda al famoso líder de una de las grandes multinacionales de la automoción, que ha matrimoniado 8 veces, o su imitador, el presidente de una de las empresas del Ibex 35, que lo ha hecho cuatro. Para mí que van a ser demasiados votos para una sola vida, demasiadas entregas.

Chesterton advierte que hace 100 años, en el Reino Unido, ya se daba una competición entre jueces para que cuál de ellos resultaba más eficaz a la hora de romper votos y promesa. Y, como también recuerda el amigo Gilbert Keith, "el divorcio siempre redunda en beneficio del culpable y en contra del inocente".

Quizás la única diferencia con el divorcio express actual consista en que en el siglo XXI son las mujeres, más que los varones, quienes toman la iniciativa de separarse. ¡Cuánto hemos mejorado con esto de la liberación femenina! Pero sean él o ella los traidores, la realidad siempre es la misma: el divorcio es cosa de ricos.  

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com