Aunque los socialistas hayan perdido las elecciones en Europa, nada cambia porque el discurso general sigue siendo, como en tantas cosas, progresista.

Así, cada vez que alguien quiere hablar conmigo sobre la crisis -cosa que me empieza a agotar tanto como un vecindario hipocondríaco a un médico- me intenta razonar que, como ha quedado demostrado, lo que ha fallado es el mercado. Y no, no ha fallado el mercado. Lo que ha ocurrido es que las autoridades no han dejado actuar al mercado, que es bien distinto. ¿Qué habría pasado, entonces, don Rubén (nadie me llama así, ni mis alumnos, pero como recurso estilístico me gusta)? Pues que habrían quebrado algún banco o caja, alguna inmobiliaria más, algunas otras empresasNada más, ni nada menos. Entonces, me contestan, ven como el mercado ha fallado y el Estado lo ha salvado. Pues no, porque el mercado es eso también: la quiebra. El mecanismo de mercado hace nacer iniciativas, las permite progresar y, a veces, las transforma o las hace caer. El mercado no ha desplegado todo su funcionamiento porque no le han dejado. Y la quiebra no es un fracaso, es parte de su naturaleza y produce grandes beneficios: entre otros el sentido de la responsabilidad entre los agentes económicos. Me sorprende que la quiebra se considere un fracaso del sistema cuando el sistema de mercado nunca ha prometido la seguridad, sino la libertad, pero la libertad bien entendida: con su colegato de responsabilidad y de asunción de las consecuencias, incluso las fortuitas. Me sorprende más en una sociedad que no considera un fracaso el divorcio, cuando el matrimonio sí es una institución que promete, si no algo eterno, al menos algo vitalicio. Me sorprende en una sociedad que no considera un fracaso el aborto, cuando la concepción abandonada a su suerte, y nunca mejor dicho, termina siempre en la vida. Esta claro, que la ideología dominante es no dejar que nada siga su curso. Pero de estas cosas, nuestro insigne director don Eulogio (así sólo le llamo yo porque a él le gusta el don tanto como a mí), les puede ilustrar mejor.

Los sectores que han fallado han sido los más regulados e intervenidos. La banca libre no existe. El sistema de banca central con el que nos hemos dotado desde 1929, hace de los bancos privados franquicias de algún banco central. El sector inmobiliario en España presenta, en un país con una gran extensión inculta alrededor de las grandes ciudades, un problema de escasez de suelo, que encarece la vivienda, fruto de la intervención pública que controla la oferta. Ahora que queremos cambiar a un modelo productivo basado en el conocimiento, nos encontramos con un sistema educativo totalmente oficializado que produce desconocimiento.

No han fallado los sectores que más satisfacciones nos han dado a los consumidores, y que se hallan mucho menos intervenidos, como son la electrónica de consumo o los ordenadores, la fabricación de teléfonos móviles o cosas más tradicionales: la distribución de alimentos, la enología o el textil. Nunca hemos tenido tanto buen vino ni camisas donde derramarlo. En todos estos sectores, durante estos años, han aparecido empresas y han quebrado empresas, y no ha pasado nada. Nunca hemos tenido coches tan buenos ni vamos a dejar de tenerlos, aunque la General Motors y Detroit se vayan al garete. Dejaremos de tenerlos como algún ingeniero público se ponga a fabricarlos.

Están fallando las empresas de lo audiovisual (como se dice ahora) en las que el Estado -obviando por ejemplo lo que sería el sentido moderno de la libertad de prensa- se reserva la licencia de emisión. No está fallando Internet, que nos permite disfrutar de Hispanidad (renuéveme don Eulogio). No falla el mercado, falla el Estado, pero falla porque está en su naturaleza una vez que abandona sus fundamentos morales y se convierte en un problema.

Rubén Manso Olivar

ruben@hispanidad.com

www.mansolivar.com