No me gusta el Grupo Cooperativo Mondragón. Me gusta en cuanto cooperativa que es, la mayor de Europa, pero no me gusta por su actitud equívoca durante los años duros de ETA.

Los asesinos consideraban que Mondragón era "de los suyos" y apenas la tocaba. Más grave aún resulta que la cooperativa financiera caja laboral tuviera infiltrados del aparato financiador de ETA y que hubiera sospechosos créditos, siempre fallidos, a sociedades satélites de la banda terrorista.

Dicho esto, siento que Fagor no continúe adelante. Primero por el coste en puestos de trabajo. Segundo, porque se trataba de una marca española, una de las pocas que quedaba en el sector fabricante de electrodomésticos, un segmento dominado por las marcas alemanas.

Por otra parte, el caso Fagor cuestiona el sistema cooperativo. Que una sociedad anónima cierre una filial siempre es una triste noticia pero se entiende que la parte podrida no puede contagiar a la parte sana. Ahora bien, el espíritu cooperativo consiste en eso, en cooperar.

Dicen en Mondragón que si sanean Fagor podría quebrar todo el grupo, pero eso seguramente había que haberlo previsto antes. En cualquier caso, un error de gestión.

Pero es que, en el régimen cooperativo, los propietarios, y por tanto responsables de la gestión, son los propios trabajadores -cada vez menos, ciertamente-. Por tanto, si unos trabajadores propietarios no apoyan al resto, el espíritu cooperativo muere.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com