"Son niños que no causan nunca disgustos", asegura María Victoria Troncoso, que en 1976 alumbró una chiquilla con el síndrome de Down. Sucede un caso por cada 800 alumbramientos, entre jóvenes de 30 a 34 años.

 

En Europa se da una singularidad callada y trágica: la edad del embarazo se demora, pero la incidencia del síndrome de Down decrece. La razón de esta irregularidad estadística se puede exponer en pocas palabras; ya no nacen niños con el síndrome de Down, porque son exterminados cuando aún se localizan en el claustro materno. Son unas criaturas que se encuentran en riesgo de extinción.

Por otra parte, la publicación The New England Journal of Medicine, notificó el proyecto de una nueva prueba, no invasiva, que permitirá descubrir el síndrome de Down a los tres meses de la fecundación, con una exactitud del 87%.

Un facultativo que había ayudado al nacimiento del hijo de Ana, le notificó la novedad: "Su hijo tiene el síndrome de Down". Convocó Ana a su esposo y le dijo: "Tendremos que ir a por el tercero". El tercero, Javier, nació sin ningún tipo de síntomas.

¿Tornaremos a una época ya extinguida, en la que un mortal, por razón de su invalidez, ascendencia o dolencia cerebral, no tenía opción a la existencia?

Vegetamos en un declive moral en el que los padres empiezan a asesinar a sus retoños por no tener ciertas peculiaridades físicas. Esta actitud es sumamente ofensiva, se asienta en la incultura: el  síndrome de Down no es un asunto estético, sino un achaque embarazoso de una criatura débil e indefensa.

"Tengo 21 años. Cuando nació mi hijo me dijeron que tenía el síndrome de Down, me quise morir. Atravesé por una depresión de tres meses. Ahora sé que el concepto que tenía del síndrome de Down era distinto. Se acerca a los dos años, lo capta todo y ya ha empezado a hablar. Si retrocedieran en el tiempo y me hubiera hecho la prueba y me aseguraran que mi hijo viene con el síndrome de Down, nunca me practicaría el aborto".

Clemente Ferrer

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