Nunca dejo de leer El País, y con cierta unción, porque me inspira mucho. Además, todavía no he alcanzado ese grado de sabiduría que sólo exhibe el locutor Luis del Olmo cuando asevera no escuchar la radio para que no le influyan. Por otra parte, leyendo el periódico de don Jesús (don Jesús no es el del Gran Poder, por supuesto, pero hay que reconocer que sólo hay uno, y se apellida Polanco) te ahorras escuchar la SER, la Cuatro, Radio Nacional de España, Televisión Española, seguir a la agencia EFE, Tele 5, o echarle un vistazo a La Vanguardia y a El Periódico, pues todos ellos están en el mundo para actuar como caja de resonancia de don Jesús.

Por ejemplo, como buen lector, hoy, martes 28 de marzo, he hecho los deberes, y ahora sé dos cosas más para añadir a mi acerbo cultural: que la tregua de ETA es bonísima y que, encima, ha servido para destacar las tenebrosas luchas internas de la jerarquía eclesiástica española. En un memorable trhiller, el seminarista rebotado (no lo digo por molestar. Sucede que las puntas de lanza del anticlericalismo de la progresía de izquierdas -PRISA- y de la progresía de derechas El Mundo- son ex curas, ex frailes o, a lo menos, ex religiosos) Juan Bedoya. Bedoya se ruega no hacer rimas fáciles con su apellido- no ha llegado tan lejos en El País como su mentor, Juan Arias, porque este cantó misa, mientras que aquél se retiró antes del diaconado. No se puede comparar.

Dice Bedoya que el secretario de la Conferencia Episcopal, padre Martínez Camino, no hizo caso del comunicado emitido por los obispo de las tres diócesis vascas sobre el alto el fuego de la banda terrorista ETA, y que se atuvo a lo que le comentaron los representantes de la otra sensibilidad el mundo está lleno de almas sensibles-, representada por Antonio María Rouco y el obispo de Toledo, Antonio Cañizares. Ni que decir tiene, que Bedoya atribuye a Cañizares un cierto olor pepero (del Partido Popular, no a pepino) mientras que los vascos serían, cómo decirlo, menos carcas, menos intolerantes.

Así, Bedoya, en astuto análisis semiótico, coteja las palabras de Martínez Camino y las de monseñor Blázquez y llega, ¡ajajá!, a la conclusión de que los obispos vascos están con la tregua y los otros, los de la Instrucción de 2002, no consideraban a ETA como interlocutor de un Estado legítimo.

Quizás por un lapsus mental, o por la barbarie de la especialización, que decía Ortega, Bedoya, con perdón, se olvida de que en 2002 Zapatero también consideraba a ETA como un interlocutor indeseable. Y hablando de cambios de opinión, el cambio más plausible ha sido el de Rodríguez Zapatero, quien ha negado hasta anteayer que su Gobierno estuviera dialogado con los terroristas, y ahora nos enteramos, no sólo de lo que hablaron sino de lo que negociaron e incluso, me temo, de lo que acordaron.

Todo eso se le ha olvidado a Bedoya porque como buen progresista, especialmente si uno ha pasado por el seminario, sus silogismos son invertidos no, no quiero decir eso que está usted pensando, estoy hablando de silogismos, no de Bedoya-: primero se asume la conclusión y luego se buscan las premisas que convenientemente ubicadas nos llevan a dicha conclusión. El método anticuado -premisas primero, finalmente conclusión- se ha quedado anticuado, y presenta tintes reaccionarios.

Por ejemplo, se olvida Bedoya un respeto al apellido- de que nada menos que el nuncio de Su Santidad en España, monseñor Manuel Monteiro, quien en 1996, que ya son años, hablaba de la necesidad de negociar con ETA el final de la violencia, cuando hasta Izquierda Unida se rasgaba las vestiduras ante tamaña felonía, ante una actitud tan servil y repugnante. Pero claro, es que Monteiro había estado en la Camboya de Pol-Pot y en El Salvador de los escuadrones de la muerte y la guerrilla marxista, así que lo de ETA le parecía una cosita de nada.

Yo no sé si hay distintas sensibilidades en la Conferencia acerca del problema. Lo que sí sé, y es lo único que me apena, es que la famosa pastoral de los obispos vascos no citaba ni una sola vez el Evangelio, y que, vamos con la otra sensibilidad, urgía mucho más unas palabras de los obispo españoles sobre la clonación terapéutica, la última bestialidad de la esa ministra de Sanidad, Elena Salgado, tan puritana como homicida, que su opinión episcopal sobre la tregua de ETA. Sobre esto último, supuesto que tengan que hablar, que se atengan a la doctrina de Juan Pablo II: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. Pero al lado de la clonación terapéutica, la tregua de ETA es lo mismo que los asesinatos de ETA al lado del genocidio de Pol-Pot: minucias.

Eulogio López